La teoría de la
Máquina del Tiempo no nos es accesible en nuestra actualidad,
nuestros conocimientos científicos teóricos están
muy por debajo de esta tecnología, pero que no comprendamos su
funcionamiento, no impide que la podamos usar: No es necesario ser
ingeniero en electrónica para encender y manejar una
televisión o un teléfono móvil. Tú eres la
prueba viva de esto. (Eugène presionó con su dedo mi
pecho para enfatizar su afirmación sobre mi analfabetismo
funcional, que yo no podía negar; luego siguió con su
lección magistral):
Sabemos que ha de responder a ciertos requisitos teóricos,
relacionados con la ruptura de leyes físicas que consideramos
inmutables, como la superación de la velocidad de la luz o la
unidireccionalidad del tiempo mismo.
Cómo se superan estos obstáculos, no lo sabemos.
Uno fundamental se refiere al consumo de energía teórico
necesario, que es de orden galáctico. Suponemos que se resuelve
obteniendo la energía a lo largo de una sucesión de
universos temporales, y esa es la razón del perpetuo viaje de la
propia máquina, para poder estar, de alguna forma, en infinitos
universos a la vez, para obtener su energía conjunta, puesto que
si estuviera estática, agotaría la energía del
universo en que permaneciera.
Esto es una especulación probable, aunque indemostrable.
Otra limitación conocida por la teoría es que el viaje
inverso en el tiempo, hacia el pasado, tiene como límite la
fecha de construcción de la máquina. De ahí que,
puesto que la máquina está aquí ahora,
debió ser construida con anterioridad.
Si Araxis dice verdad, su construcción es prehistórica:
Luego debió existir la inteligencia prehistórica capaz de
construirla y activarla.
En teoría, podríamos retroceder hasta la época de su construcción.
(Aquí detuvo un instante su explicación, como calibrando
su propia ciencia, y abandonó el tópico de golpe)
Luego están las paradojas temporales: La posibilidad de
encontrarse a uno mismo, la de conocer a tus ancestros,... leyendas
urbanas destinadas a asustar.
(...)
-En verdad que es una máquina potente.
Eugène hablaba por teléfono con el doctor, procurando que
yo atendiera también a sus explicaciones, con intención
de ahorrarse dármelas a mí, supongo.
O para que me llegaran de forma indirecta, para que me impresionaran menos, o no me permitieran reflexionar.
¡Qué detalle!
Yo seguía aturdido, confuso.
Repasaba nuestra excursión una y otra vez, sin observar discontinuidad en la secuencia, hasta...
Traté de atender a la conversación.
-...bastó un pequeño esfuerzo de voluntad...
Automático, tan sólo expresar la intención...
Sí, sin duda estamos sobre el objetivo.
(...)
Me sentía físicamente molesto en una forma indefinible.
En realidad parece que esa sensación, por lo que Eugène
me explicaba, no podía ser real, porque no tenía causa
somática fuera de mi cerebro.
¡Qué bien!
Pero algo se debe de sentir tras un viaje en el tiempo, aunque sea de tan corta duración y alcance.
El hecho en sí era ya para confundir a cualquiera, y yo estaba
ya muy tocado, física y anímicamente; la
explicación, la que me quiso dar Eugène, era peor.
Para rebajarla de trascendencia insistió, tras hablar con el
doctor -al que parece que dio todos los detalles que él
precisaba y que debió sentirse satisfecho por el momento-, en
que saliéramos a cenar y tomar una copa, con lo que el ambiente
de normalidad admitiría más sorpresas.
Su actitud en las últimas horas era de entusiasmo, que yo no compartía del todo, aunque prefiriera dejarme llevar.
Lo de las horas:
Después de pasear toda la tarde por el regajal, explorar sus
profundidades, conversar con un fantasma y dedicar un tiempo al
esparcimiento en forma de experimentos de física aplicada, con
traslación final incluida, y dar novedades al doctor,
resultó que habíamos invertido un par de horas,
incluyendo el paseo hacia el pub, y que acababa de anochecer
hacía nada.
El hambre que ambos demostramos no se justificaba para tan corto
espacio de tiempo. Bueno, sí: La gimnasia, al principio,
había sido abundante.
Pero parecía tan lejana...
El combinado vegetal pareció suficiente para ella, y yo pude añadir otro menos vegetariano.
Recuperadas las fuerzas, nos dirigimos a la Tetería.
Yo me sentía menos incómodo, preparado para lo que fuera:
Un poco de vino en la cena me había aportado optimismo.
Permití que eligiera sitio, mientras yo elegía bebida.
Ella no abandonó su momento abstemio, pero yo opté por un
gin-tonic para acompañar a su zumo natural de sandía;
esperaba necesitarlo.
Sin preámbulos, empezó:
“Creo que hemos localizado lo que buscábamos. Al menos la
Máquina del Tiempo existe, y funciona muy bien”.
“La máquina precisa de una gran energía para
arrancar, pero una vez puesta en marcha se autoabastece, y solo
requiere un mínimo mantenimiento, que incluso un fantasma puede
aportar”.
“Aunque, lógicamente, no conozco los detalles
técnicos, ni realmente es interesante conocerlos, ha funcionado
de acuerdo con todas las teorías que habíamos
estudiado”.
“Sabemos que se basa en principios magneto-gravitatorios muy
potentes, que se modulan mediante acción mental. Basta desear
para que la máquina se adapte a la mente y ejecute. Los detalles
técnicos no resultan de utilidad. La apariencia material es
irrelevante: Únicamente es un testigo que puede tomar cualquier
forma”.
“El efecto consiste en una traslación espacio-temporal
ilimitada hacia el futuro y limitada por la construcción de la
máquina hacia el pasado”.
“Hoy hemos viajado unos cientos de metros y unas cuantas horas
hacia atrás. Sin esfuerzo y sin efectos secundarios”.
-Supongo,... espero que así sea –me atreví a intercalar.
-¿Es que no te fías de mí? – ella sonreía.
No me dio la gana contestar.
Además, el alcohol me estaba volviendo tolerante.
Aún así, estaba lejos de compartir su entusiasmo;
prefería no haber encontrado ninguno de sus descritos desatinos.
Además ahora me preguntaba si su atención hacia mí
continuaría cuando considerara que había llegado a su
objetivo...
Y parecía que estábamos cerca de lograrlo.
(...)
El doctor escuchó nuestras aventuras, aunque ciertamente
eludimos algunas anécdotas de índole privada, que no
aportaban nada al relato, según nuestro criterio:
Quiero decir que la manera de acceder hasta el claro donde estaba la
escalera no se comentó en detalle, ni él demostró
curiosidad.
Como el plano que se supone que yo hubiera debido marcar no le
servía para nada, se interesó superficialmente por la
descripción del camino subterráneo que habíamos
seguido hasta el gran salón.
Intentó reconstruir el trayecto, pero desistió en
seguida: la brújula no estaba rota, sino afectada por un potente
campo magnético, procedente de la Máquina del Tiempo,
cuya localización exacta tampoco conocíamos. El mismo
campo que se entretuvo en masacrar mi reloj, sin duda.
En conclusión no podíamos saber con seguridad qué dirección habían seguido nuestros pasos.
Habíamos deducido, por la inclinación del terreno, que
caminábamos hacia el norte adentrándonos bajo el valle
desde la meseta, pero en realidad esto era indemostrable, porque la
inclinación y el discurrir del agua podía deberse a un
agente artificial.
El tema se apartó para estudiar el mensaje que Eugène recordaba de Araxis.
Como hipótesis de trabajo el doctor estableció que el
mensaje debía ser igual o equivalente al que venía
reflejado, de diferentes formas, en “el tubo”.
Sonaba coherente, aunque esto, en realidad, no podía ser del
todo cierto, porque existían referencias geográficas
claramente locales en el recitado de Araxis.
Pero también podían existir en otras localizaciones otros
mensajes; la importancia de este factor era muy relativa.
Factores fundamentales, a juicio del doctor:
-Existía una Máquina del Tiempo, funcional, donde indicaba “el tubo”.
-Se insinuaba la existencia de una Puerta de acceso a algún tipo de distribuidor temporal, del que no se daban detalles.
-El resto de los datos eran generalizaciones anecdóticas.
Para el doctor pareció resultar suficiente, y satisfactorio.
Pudo ser un error considerarlo así: Era una especie de broma
jugar con el tiempo.
Pero al doctor no le hizo mucha gracia la broma.
Sin embargo, aunque puso cara de reproche, no insistió.
Quizá pensaba en las paradojas del tiempo: A pesar de la
aparente seguridad de Eugène, en realidad estuvimos
relativamente cerca de encontrarnos a nosotros mismos llegando al
regajal, con consecuencias imprevisibles.
Pero no era eso lo que preocupaba al doctor.
Su enfado provenía, al parecer, de la poca atención que
yo había puesto en marcar nuestro recorrido, cosa que
quizá hubiéramos podido corregir de haber hecho el camino
de vuelta en forma convencional, por medios naturales, aunque
observando lo que quedaba de la brújula -y de mi reloj-, tengo
mis dudas fundadas.
Lo cierto es que, debido probablemente al descenso por la escalera
espiral, mi desorientación había sido total, y sobre el
plano quedó marcado un recorrido fragmentario, inconexo,
incoherente, que yo no podía garantizar en absoluto.
El mudo reproche se dirigía indistintamente a Eugène y a mí.
La verdad es que yo no le había dado mucha importancia, pensando
que sería fácil de reconstruir; pero al revisar ahora las
marcas que yo mismo había hecho, en ocasiones a ciegas,
comprendí su perplejidad: Aquello parecía más
laberíntico de lo que en realidad era, y no había forma
de adivinar cuál había sido realmente nuestro trayecto.
Señalé la brújula, que se mostraba ahora discrepante.
El doctor insistió sobre los potentes campos magnéticos
que la hubieran podido influenciar, como ya había apuntado
Eugène.
De todas maneras, tampoco le duró demasiado el enfado: Lo
único que podía hacerse, y a ello nos pusimos, fue
escuchar nuestro relato.
Su interpretación, influenciada sin duda por lo que él
mismo esperaba, se ajustó fácilmente al presupuesto,
porque no se podía contrastar con el plano, que fue finalmente
abandonado.
Lo que buscaba, y supuso que habíamos encontrado, era una Puerta.
Confirmando a Eugène, consideró la Máquina del
Tiempo como algo anecdótico, anexo, indicador, pero no lo
más importante.
Comentó, antes de despedirse, que debíamos hablar con Mila.
Pero luego añadió que él se encargaría, lo que yo interiormente agradecí.
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