No sé con seguridad
cómo.
Creo que simplemente lo
deseé; o me fue sugerido el deseo.
Se abrió sin ruido,
y desde su interior se desplegó un manuscrito muy
extraño, cerrado en sí mismo.
Extraño porque no
solamente era incomprensible, con una textura al tacto de rara
suavidad, sino porque al irse desenrollando, despacio, sin
presión ni ruido, lo que al principio era un manuscrito, de
grandes letras o símbolos irreconocibles, iba
después tomando la forma de caracteres latinos, aunque
incoherentes.
Tuve la sensación de
que, según iba apareciendo el papiro del interior, iban a su
vez dibujándose los signos, como si aparecieran al contacto
con el aire, como si los revelara una impresora que extrajera la tinta
del oxígeno exterior.
… como si alguien,
en un lugar remoto o invisible, estuviera escribiendo lo que
aparecía en ese momento, probando grafías,
lenguajes, alfabetos, formas de comunicación…
… como si alguien
tratara de comunicarse conmigo, o con quien fuera que estuviese en
“este lado”.
Finalmente, tras una serie de
sílabas encadenadas sin sentido, y un breve lapso en blanco,
apareció con claridad, en letras mayúsculas, mi
nombre.
Sólo eso.
Asombrada, no tuve tiempo
más que de abrir la boca y emitir una leve queja, cuando ya
el nombre, mi nombre, desaparecía por el otro extremo de la
banda.
El tubo permitió
salir unos centímetros más de pergamino limpio, y
después se fue cerrando sobre sí mismo hasta que,
como magia, todo rastro de papel se fundió en el metal,
igual que si nunca hubiera existido.
Aun con la boca abierta,
cayó de mis manos, paralizadas y sin fuerza,
inútiles un instante.
Rebotó sin ruido
sobre el piso, y rodó, rozando el faldón de la
colcha, hasta debajo de mi cama.
Cuando recuperé la
respiración, y la movilidad, sin tiempo para reflexionar, me
precipité, a gatas, a escudriñar en la oscuridad,
levantando el pedazo de colcha por donde se deslizó, donde
habría ido a parar el artilugio.
Lo localicé de
inmediato, porque la presumible oscuridad no era tal, sino que un halo
azulado se dispersaba desde aquel extraño invento, a modo de
baliza…
No me moví ni hice
nada, hasta que lentamente la luz fría se fue extinguiendo.
Cuando cesó por
completo, tornando la lógica oscuridad, y tras un instante
de perplejidad, decidí al fin, arrimando mi cara al piso, al
borde de la colcha, y extendiendo mi brazo, sin visión, al
tacto, recuperar el tubo.
Lo saqué –
no noté sensación térmica especial-.
Lo observé, mientras me levantaba: Estaba igual que siempre,
inerte, cerrado
De rodillas aun,
sujetándolo en cada extremo con las puntas de los dedos,
ante mis ojos, lo observé, hasta que mi vista se
interiorizó en reflexión y se difumino en un
punto del infinito; intentaba meditar sobre lo ocurrido.
Luego me levanté
bruscamente, apoyándome con una mano sobre la cama y
sujetándolo con la otra.
Lo dejé
–lo tiré- sobre la mesilla, y huí hacia
la cocina, con cierta ansiedad, con necesidad de cualquier actividad
automática que calmara mis nervios.
Bebí de un tirón dos vasos de agua del grifo, y
con el vaso vacío, aprisionado con fuerza con mis dos manos,
cerré los ojos y fruncí el ceño, para
concentrarme, lejos de la vista del maldito chisme.
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