II

Sereira: Brigitte

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CAPITULO X

Diario de Brigitte I

El tubo se abrió esta noche.

No sé con seguridad cómo.

Creo que simplemente lo deseé; o me fue sugerido el deseo.

Se abrió sin ruido, y desde su interior se desplegó un manuscrito muy extraño, cerrado en sí mismo.

Extraño porque no solamente era incomprensible, con una textura al tacto de rara suavidad, sino porque al irse desenrollando, despacio, sin presión ni ruido, lo que al principio era un manuscrito, de grandes letras o símbolos irreconocibles, iba después tomando la forma de caracteres latinos, aunque incoherentes.

Tuve la sensación de que, según iba apareciendo el papiro del interior, iban a su vez dibujándose los signos, como si aparecieran al contacto con el aire, como si los revelara una impresora que extrajera la tinta del oxígeno exterior.

… como si alguien, en un lugar remoto o invisible, estuviera escribiendo lo que aparecía en ese momento, probando grafías, lenguajes, alfabetos, formas de comunicación…

… como si alguien tratara de comunicarse conmigo, o con quien fuera que estuviese en “este lado”.

Finalmente, tras una serie de sílabas encadenadas sin sentido, y un breve lapso en blanco, apareció con claridad, en letras mayúsculas, mi nombre.

Sólo eso.

Asombrada, no tuve tiempo más que de abrir la boca y emitir una leve queja, cuando ya el nombre, mi nombre, desaparecía por el otro extremo de la banda.

El tubo permitió salir unos centímetros más de pergamino limpio, y después se fue cerrando sobre sí mismo hasta que, como magia, todo rastro de papel se fundió en el metal, igual que si nunca hubiera existido.

Aun con la boca abierta, cayó de mis manos, paralizadas y sin fuerza, inútiles un instante.

Rebotó sin ruido sobre el piso, y rodó, rozando el faldón de la colcha, hasta debajo de mi cama.

Cuando recuperé la respiración, y la movilidad, sin tiempo para reflexionar, me precipité, a gatas, a escudriñar en la oscuridad, levantando el pedazo de colcha por donde se deslizó, donde habría ido a parar el artilugio.

Lo localicé de inmediato, porque la presumible oscuridad no era tal, sino que un halo azulado se dispersaba desde aquel extraño invento, a modo de baliza…

No me moví ni hice nada, hasta que lentamente la luz fría se fue extinguiendo.

Cuando cesó por completo, tornando la lógica oscuridad, y tras un instante de perplejidad, decidí al fin, arrimando mi cara al piso, al borde de la colcha, y extendiendo mi brazo, sin visión, al tacto, recuperar el tubo.

Lo saqué – no noté sensación térmica especial-. Lo observé, mientras me levantaba: Estaba igual que siempre, inerte, cerrado

De rodillas aun, sujetándolo en cada extremo con las puntas de los dedos, ante mis ojos, lo observé, hasta que mi vista se interiorizó en reflexión y se difumino en un punto del infinito; intentaba meditar sobre lo ocurrido.

Luego me levanté bruscamente, apoyándome con una mano sobre la cama y sujetándolo con la otra.

Lo dejé –lo tiré- sobre la mesilla, y huí hacia la cocina, con cierta ansiedad, con necesidad de cualquier actividad automática que calmara mis nervios.

Bebí de un tirón dos vasos de agua del grifo, y con el vaso vacío, aprisionado con fuerza con mis dos manos, cerré los ojos y fruncí el ceño, para concentrarme, lejos de la vista del maldito chisme.

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