Sereira: Brigitte

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CAPITULO V

La Sorbonne

Aunque fue en La Sorbona donde se inició todo, algunas vivencias previas, algunas circunstancias, lo anticipaban.

Por supuesto, de forma inconsciente al principio.

Desde luego, a mi padre jamás se le pasó por la imaginación; su imaginación era menor que su cariño.

Él tenía claro que su chica iba a disponer de la mejor formación.

Era uno de los motivos fundamentales por los que trabajaba sin descanso.

Y su mujer, su adorada, mi madre, para mí algo distante a veces, influyó sin embargo decisivamente en ello.

Pero la muchacha asilvestrada que se crió por entre los viñedos, en cierta soledad, que nunca apreció como un problema, tenía a su abuelo por el héroe y el amigo que marcó su infancia.

Su figura fue básica para el futuro.

Al poco de nacer yo, mi abuelo, mayor y cansado, decidió depositar toda su confianza en mi padre, y desentenderse de las viñas y los negocios, para disfrutar de la tranquilidad que no había tenido, y de su nieta.

No recuerdo que jamás insinuara algo extraño sobre la rama familiar de que procedía, ni de dónde o de quién heredó las tierras que cultivó durante toda su vida.

Era el abuelo ideal, que participaba en todos mis juegos, más de chico de campo que de dulce dama, y me incitaba a cometer las tropelías que yo aceptaba con alegría y complicidad.

A la vuelta de la universidad, ya muerto él, investigué los antecedentes familiares que entonces ya sospechaba. Y que me hicieron ver.

Y tornaron a mi memoria las viejas pinturas románicas de la ermita que mi abuelo interpretaba para mí como cuentos, y que mi mente infantil guardaba entre colores brillantes y fantasías, para que tomaran sentido muchos años después.

Ahora no puedo asegurar qué parte pudieron asimilar mis tres o cuatro años de asombro, y cuál pertenece a recientes conocimientos adquiridos entre la adolescencia y la febril juventud universitaria de aquel París tan especial y poco evidente.

Pero las imágenes coloridas de sirenas, náyades,… se me aparecen de forma automática y completan un todo con la teoría y la exégesis de los mundos paralelos donde casi habito.

A efectos prácticos, sirvieron estas visitas a mi decisión de estudiar historia del arte, algo que sólo a mi padre no terminaba de agradar, pero que aceptó sin apenas discusión, presionado sin duda por mi madre, y por la sonrisa cómplice de mi abuelo.

Debió pesar más de lo que imaginaba, porque aunque yo no era una alumna destacada del colegio de la villa, mis estudios primarios no fueron problemáticos, ni me ocupaban realmente mucho tiempo, por desinterés en la “competencia”, a la que no estaba sometida en ningún sentido, destacaba curiosamente en matemáticas, la bestia negra sólo al alcance de algunos privilegiados, pero que nunca me dieron problemas, aunque tampoco despertaron mi interés, que se centraba más en vivir la Naturaleza y disfrutar una infancia que siempre recuerdo muy feliz, y nada complicada.

A pesar de mi casi nula relación con niños de mi edad. Ellos vivían en la villa; yo en el campo.

Esto animó a mi padre a pensar en estudios de exactas, pero mi desinterés era evidente, y lo olvidó.

Vencieron finalmente aquellas ancestrales sirenas bretonas de los murales de aquella ermita, que ahora encuentro como una rareza, pero que entonces era simplemente natural.

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