Sereira:
La mano de la diosa
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Sereira: La mano de la diosa / Elturiferario ©

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CAPITULO XXXIV

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Adjunto notas sobre Fuente de las Horas.
Por favor : ) contrasta con tus datos.
Don Simón cree haber encontrado en la Torre el acceso y en la fuente el dodecágono.
Tu Venus juega un papel desconocido, por el momento.
A las nueve en la Tetería.
Por favor : )
saludos  Eugène (Sereira)

Supongo que, aunque lo pida por favor, se trata de una orden.
Tenía que suponer, sin lógica ninguna, que el doctor la había convencido de nuevo; no lo podía entender, pero esta sensación incomprensible me acompaña últimamente como invitado molesto pero inevitable.
Mientras me dirigía a la fuente citada, que me costó poco localizar -vecina al niño de la espina- refunfuñaba interiormente para justificarme, porque ahora no veía otra solución para mantenerla cerca de mí que atender a sus demandas caprichosas.
Mi primera intención había sido abandonarlo todo por mi cuenta:
Volver derrotado a Madrid, interesarme por el desagradable asunto de mis supuestas relaciones familiares con Brigitte y -dependiendo de cómo se desarrollaran los acontecimientos- tomar las decisiones que me fueran impuestas, conocida mi capacidad para ser incapaz de imponerme en ningún caso.
La decisión de partir, por supuesto, la pospuse hasta el día siguiente; mi estado anímico era de total y confusa depresión, y lo que me podía esperar en Madrid tenía tintes grises, oscuros. Pero casi había aceptado que la última reunión con el doctor y Eugène había sido literalmente la última. No tenía forma, ni motivos razonables, para volver a contactar con aquella pareja de paranoicos.
Era consciente de la dificultad de olvidar; mis compromisos editoriales, que yo había impulsado con irresponsable entusiasmo, obnubilado por el ambiente colorido con que Eugène había teñido mi visión de las cosas, se me presentaban ahora como insensatos, como lo que eran en realidad.
(Mi editor debía estar muy feliz: Me tenía cogido por los ...).
Para distraerme y no ser distraído, en heroica decisión, había apagado el móvil y me disponía a hacer la maleta. Pensaba ajustar las cuentas con la casera y gestionar el envío de mis pocas pertenencias a través de Marta, para evitar verla -a la casera-, y para tener una excusa para hablar seriamente con Marta, si es que era capaz.
Era muy temprano; no había dormido bien. Tenía la sensación de haber tenido pesadillas: Mi sueño había sido agitado, pero por suerte no recordaba nada.
Tampoco quería recordar.
En mi confusión, y dispuesto a utilizar el solitario del sistema operativo del ordenador para dilapidar algo de aquella temprana mañana, puse en marcha el portátil, que se sorprendería de aquella inusual hora de arrancar, en lugar del PC: le había cogido manía al chisme que el doctor encontraba tan eficaz.
Como la conexión es automática, el maldito chisme me indicó de inmediato que había un nuevo mensaje en mi correo electrónico, antes de tener tiempo de cualquier otra maniobra de distracción.
Con la mirada perdida, apuntando a la desenfocada pantalla, permanecí inmóvil y con la mente en blanco unos diez minutos, antes de desplazar el puntero del ratón hasta la impávida ventanita azul que desvelaría el tal mensaje.
Presioné despacio, como con temor, acariciando el botón, pero el mecanismo respondió exactamente igual de veloz que si le hubiera pegado con el puño cerrado.
El corazón me dio un vuelco: ¡Sereira!
Era de esperar, quise tranquilizarme...
(...)
Un paseo matinal por el jardín no me caería mal.
Me influyó que Sereira hubiera antepuesto su nombre a su otro yo...


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Juan Antonio Pizarro Martín ©