Adjunto notas sobre Fuente de las Horas.
Por favor : ) contrasta con tus datos.
Don Simón cree haber encontrado en la Torre el acceso y en la fuente el dodecágono.
Tu Venus juega un papel desconocido, por el momento.
A las nueve en la Tetería.
Por favor : )
saludos Eugène (Sereira)
Supongo que, aunque lo pida por favor, se trata de una orden.
Tenía que suponer, sin lógica ninguna, que el doctor la
había convencido de nuevo; no lo podía entender, pero
esta sensación incomprensible me acompaña
últimamente como invitado molesto pero inevitable.
Mientras me dirigía a la fuente citada, que me costó poco
localizar -vecina al niño de la espina- refunfuñaba
interiormente para justificarme, porque ahora no veía otra
solución para mantenerla cerca de mí que atender a sus
demandas caprichosas.
Mi primera intención había sido abandonarlo todo por mi cuenta:
Volver derrotado a Madrid, interesarme por el desagradable asunto de
mis supuestas relaciones familiares con Brigitte y -dependiendo de
cómo se desarrollaran los acontecimientos- tomar las decisiones
que me fueran impuestas, conocida mi capacidad para ser incapaz de
imponerme en ningún caso.
La decisión de partir, por supuesto, la pospuse hasta el
día siguiente; mi estado anímico era de total y confusa
depresión, y lo que me podía esperar en Madrid
tenía tintes grises, oscuros. Pero casi había aceptado
que la última reunión con el doctor y Eugène
había sido literalmente la última. No tenía forma,
ni motivos razonables, para volver a contactar con aquella pareja de
paranoicos.
Era consciente de la dificultad de olvidar; mis compromisos
editoriales, que yo había impulsado con irresponsable
entusiasmo, obnubilado por el ambiente colorido con que Eugène
había teñido mi visión de las cosas, se me
presentaban ahora como insensatos, como lo que eran en realidad.
(Mi editor debía estar muy feliz: Me tenía cogido por los ...).
Para distraerme y no ser distraído, en heroica decisión,
había apagado el móvil y me disponía a hacer la
maleta. Pensaba ajustar las cuentas con la casera y gestionar el
envío de mis pocas pertenencias a través de Marta, para
evitar verla -a la casera-, y para tener una excusa para hablar
seriamente con Marta, si es que era capaz.
Era muy temprano; no había dormido bien. Tenía la
sensación de haber tenido pesadillas: Mi sueño
había sido agitado, pero por suerte no recordaba nada.
Tampoco quería recordar.
En mi confusión, y dispuesto a utilizar el solitario del sistema
operativo del ordenador para dilapidar algo de aquella temprana
mañana, puse en marcha el portátil, que se
sorprendería de aquella inusual hora de arrancar, en lugar del
PC: le había cogido manía al chisme que el doctor
encontraba tan eficaz.
Como la conexión es automática, el maldito chisme me
indicó de inmediato que había un nuevo mensaje en mi
correo electrónico, antes de tener tiempo de cualquier otra
maniobra de distracción.
Con la mirada perdida, apuntando a la desenfocada pantalla,
permanecí inmóvil y con la mente en blanco unos diez
minutos, antes de desplazar el puntero del ratón hasta la
impávida ventanita azul que desvelaría el tal mensaje.
Presioné despacio, como con temor, acariciando el botón,
pero el mecanismo respondió exactamente igual de veloz que si le
hubiera pegado con el puño cerrado.
El corazón me dio un vuelco: ¡Sereira!
Era de esperar, quise tranquilizarme...
(...)
Un paseo matinal por el jardín no me caería mal.
Me influyó que Sereira hubiera antepuesto su nombre a su otro yo...
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