II

Sereira: Brigitte

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CAPITULO XII

Fulcanelli

-¿Estás estudiando la catedral?

-Ya no.

-¿Estás haciendo el Camino de Santiago?

-Ya lo hice.

-¿Qué haces entonces en Salamanca?

Me miró a los ojos. Una mirada inquisitiva y profunda de pupilas negras. Con trabajo sostuve su mirada (me lo propuse).

Su seriedad no resultaba agresiva, y decidí que no trataba de leer en mi mente.

Parecía sólo curiosidad.

Juan, olvidado de ambos, curioseaba en largos vistazos por la sala, desentendiéndose; como si no escuchara, o no quisiera escuchar…

Por fin, Fulcanelli habló.

-Quizá… quizá a buscarte a ti, Brigitte.

No pude evitar una carcajada nerviosa.

Él sonrió ante mi reacción.

Juan miró, como levemente sobresaltado, pero aun desinteresado, con la mirada perdida, como si estuviera ausente.

(Verdad es que se me pasó por la imaginación que hubiera vuelto a tropezar con un viejo verde, pero lo deseché de inmediato)

Su aspecto, de edad madura, indefinida, su seriedad afable (Su sonrisa sabia y sus ojos francos) no ajustaban en el modelo que yo conocía.

Sin embargo, decidí pasar al ataque.

-¿Quién es usted realmente? No creo en lo que me dice.

-Soy Fulcanelli, o lo que resta de él… -insistió-.

-Veamos que sé yo de Fulcanelli, para rebatir su tesis –y de un tirón, solté.

“Después de publicar bajo el seudónimo de Fulcanelli “El misterio de las catedrales” y “Las moradas filosofales”, obras presuntamente alquímicas, la persona oculta bajo ese nombre desapareció”.

“Estamos hablando de principios del siglo veinte”

“Su editor mantuvo siempre el secreto sobre su auténtica personalidad”

“Corrió el rumor de que finalmente Fulcanelli culminó su obra alquímica, obtuvo su piedra filososfal, la riqueza material, y la inmortalidad. Y desapareció del mundo”

“Como se puede deducir, una fantasía bien ideada por un editor que sigue vendiendo sus libros en la actualidad”

Aquí paré, a observar su reacción.

-Bien –dijo él, tras asegurarse de que yo había acabado-. Veo que conoces la historia oficial. Se parece en líneas generales a la realidad.

-¿La de Fulcanelli, o la del editor avispado?- quise remachar-.

La persona que decía ser Fulcanelli hizo una pausa valorativa; luego, mirándome a los ojos, dijo, como si no hubiera escuchado mi última maldad:

-Te quiero contar una historia. Por favor, escucha. Luego volvemos al principio.

Mi mano nerviosa manoseaba el tubo dentro de mi bolsillo, fuera de su vista; no recordaba que estuviera ahí. Asentí, sin decir nada. Él empezó:

”Tuve una alumna aventajada. Se llamaba Eugène… Me recuerdas un poco a ella. No físicamente. Es otra cosa diferente”

-No estoy interesada por la alquimia, ni tengo tiempo para perder en esas estupideces. Estoy preparando unos exámenes muy importantes.

Fulcanelli no se inmutó por mi modo cortante. Buscaba un modo de abordarme que abatiera mis defensas, pero no veía yo por donde lo iba a poder intentar.

Estaba más bien molesta.

Y era cierto que aquellos temas no me interesaban en absoluto.

(…)

“No sé porqué acepté ese documento.

Sé que no puedo perder el tiempo; los exámenes están al caer.

Bueno, podré olvidar que existe. Al fin, lo cogí por compromiso.

Es largo y puede ser pesado: No me interesará…

Lo olvidaré; diré la verdad: No tuve tiempo.

… Tiene una forma y una textura muy especial. Desprende un ligero aroma… ¿francés?

Olvídalo, Brigitte, ya te están enredando.

Justo ahora que me debo concentrar en sacar nota para garantizar la beca…

Lo dejaré por ahí. Con el tubo, el chisme ese que debo olvidar también…

Ese Fulcanelli es un chiflado; y Juan es estúpido. En qué hora se me ocurrió que era… ¿guapo?; es atractivo, pero estúpido como todos los hombres.

Más, porque su educación linda con lo absurdo”.

El libro, encuadernado en piel, oscura, sin duda a mano, se abrió al caer sobre la alfombra. El tubo rebotó sobre el texto manuscrito, y luego rodó lejos, hacia un dibujo de la esquina de la alfombra donde estaba uno de los pentáculos.

Pero Brigitte no pudo verlo de inmediato, porque se dejo caer sobre la cama, sintiendo un leve dolor de cabeza, y cerró los ojos, para intentar atenuarlo.

Al poco de encontrar la negrura esperada, lo vio, como si lo tuviera delante.

Una letra suelta, elegante y fácilmente legible, en azul o violeta aparentemente escrito con una pluma, porque el delgado papel no hubiera soportado la presión de otro sistema de escritura manual.

Unas palabras en medio de un párrafo se aparecieron ante sus ojos cerrados:

“… y Brigitte. ¿Qué pasará con ella? Ni siquiera la conozco. Me hubiera gustado haber encontrado la forma de que Juan me la presentara…”

Brigitte se sobresaltó. Con un leve ¡OH! de asombro, se irguió, sentada, abriendo los ojos más de lo normal, mirando al frente, para asegurarse de que permanecía en su habitación, y de que no soñaba…

Por fin se decidió a bajar la vista, para recuperar la realidad…

El libro realmente no estaba abierto, aunque sí en una posición extraña: En lugar de reposar plano sobre la alfombra, permanecía de canto, ofreciendo su lisa cantonera oscura, apoyado sobre ambas tapas que se habían inclinado al abrirse por un punto medio, de forma que el equilibrio se mantenía.

Al cogerlo Brigitte, cerrándolo a propósito, lo volvió a observar volteándolo por ambas tapas: La trasera lisa. La delantera tan sólo “Eugène”, en letras góticas. Como ya antes había observado.

Como ya sabía, si permitía que el libro se abriera sólo, y éste había sido usado, aparecerían con probabilidad las páginas más consultadas: la misma abertura por la cual el libro se sostenía hace un momento sobre el suelo, y que correspondía a la parte final del tomo.

Un vistazo al conjunto de las hojas también lo hacía presagiar.

No le pudo sorprender ya que, al proceder a la apertura del libro siguiendo el camino de menor resistencia, se tropezara con la misma frase que había “soñado”, o intuido, o adivinado.

El texto continuaba:

“Sé que no es imprescindible, pero me hubiera gustado conocerla.

Tampoco sé si hubiéramos simpatizado; podemos ser muy diferentes.

Como sea, olvídalo Eugène, no debes intentar forzar la mente de Juan en ese sentido: Es lo que él considera su vida privada, a la cual no tengo por qué tener acceso sin su consentimiento. Cada cosa a su tiempo.

Pero me hubiera gustado tener un contacto personal con quien ha de recuperar la memoria perdida.

Estoy convencida de su éxito, pero los métodos pueden variar, hacerlo todo más sencillo o más complicado.

Si hubiéramos podido contactar, mi imagen y mis pensamientos hubieran permanecido en el borde de su subconsciente, y la podría ayudar y dirigir con más facilidad.

Sin embargo, el doctor no lo estima así. Piensa que es un factor poco importante, que sólo podría crear riesgos innecesarios.

Ahora debes estar leyendo esto; tómalo como un saludo desde el otro lado de alguien a quien no conoces, pero en quien puedes confiar…

Recoge el tubo, y él guiará tus manos hacia… ”

Brigitte cortó la lectura de golpe, para meditar. No salía de su asombro.

“Pero ¿me estoy volviendo loca? –se decía a sí misma-. Este libro me está hablando… a mí… Todo esto es absurdo. Debe tratarse de una confusión, o de una broma pesada”.

Y de nuevo cerró el libro de golpe, aprisionando con fuerza las tapas, para que no se abriera ni por accidente…

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