-Ya no.
-¿Estás
haciendo el Camino de Santiago?
-Ya lo hice.
-¿Qué
haces entonces en Salamanca?
Me miró a los ojos.
Una mirada inquisitiva y profunda de pupilas negras. Con trabajo
sostuve su mirada (me lo propuse).
Su seriedad no resultaba
agresiva, y decidí que no trataba de leer en mi mente.
Parecía
sólo curiosidad.
Juan, olvidado de ambos,
curioseaba en largos vistazos por la sala, desentendiéndose;
como si no escuchara, o no quisiera escuchar…
Por fin, Fulcanelli
habló.
-Quizá…
quizá a buscarte a ti, Brigitte.
No pude evitar una carcajada
nerviosa.
Él sonrió
ante mi reacción.
Juan miró, como
levemente sobresaltado, pero aun desinteresado, con la mirada perdida,
como si estuviera ausente.
(Verdad es que se me
pasó por la imaginación que hubiera vuelto a
tropezar con un viejo verde, pero lo deseché de inmediato)
Su aspecto, de edad madura,
indefinida, su seriedad afable (Su sonrisa sabia y sus ojos francos) no
ajustaban en el modelo que yo conocía.
Sin embargo, decidí
pasar al ataque.
-¿Quién
es usted realmente? No creo en lo que me dice.
-Soy Fulcanelli, o lo que resta
de él… -insistió-.
-Veamos que sé yo de
Fulcanelli, para rebatir su tesis –y de un tirón,
solté.
“Después
de publicar bajo el seudónimo de Fulcanelli “El
misterio de las catedrales” y “Las moradas
filosofales”, obras presuntamente alquímicas, la
persona oculta bajo ese nombre desapareció”.
“Estamos hablando de
principios del siglo veinte”
“Su editor mantuvo
siempre el secreto sobre su auténtica personalidad”
“Corrió el
rumor de que finalmente Fulcanelli culminó su obra
alquímica, obtuvo su piedra filososfal, la riqueza material,
y la inmortalidad. Y desapareció del mundo”
“Como se puede
deducir, una fantasía bien ideada por un editor que sigue
vendiendo sus libros en la actualidad”
Aquí
paré, a observar su reacción.
-Bien –dijo
él, tras asegurarse de que yo había acabado-. Veo
que conoces la historia oficial. Se parece en líneas
generales a la realidad.
-¿La de Fulcanelli,
o la del editor avispado?- quise remachar-.
La persona que decía
ser Fulcanelli hizo una pausa valorativa; luego, mirándome a
los ojos, dijo, como si no hubiera escuchado mi última
maldad:
-Te quiero contar una historia.
Por favor, escucha. Luego volvemos al principio.
Mi mano nerviosa manoseaba el
tubo dentro de mi bolsillo, fuera de su vista; no recordaba que
estuviera ahí. Asentí, sin decir nada.
Él empezó:
”Tuve una alumna
aventajada. Se llamaba Eugène… Me recuerdas un
poco a ella. No físicamente. Es otra cosa
diferente”
-No estoy interesada por la
alquimia, ni tengo tiempo para perder en esas estupideces. Estoy
preparando unos exámenes muy importantes.
Fulcanelli no se
inmutó por mi modo cortante. Buscaba un modo de abordarme
que abatiera mis defensas, pero no veía yo por donde lo iba
a poder intentar.
Estaba más bien
molesta.
Y era cierto que aquellos temas
no me interesaban en absoluto.
(…)
“No sé
porqué acepté ese documento.
Sé que no puedo
perder el tiempo; los exámenes están al caer.
Bueno, podré olvidar
que existe. Al fin, lo cogí por compromiso.
Es largo y puede ser pesado: No
me interesará…
Lo olvidaré;
diré la verdad: No tuve tiempo.
… Tiene una forma y
una textura muy especial. Desprende un ligero aroma…
¿francés?
Olvídalo, Brigitte,
ya te están enredando.
Justo ahora que me debo
concentrar en sacar nota para garantizar la beca…
Lo dejaré por
ahí. Con el tubo, el chisme ese que debo olvidar
también…
Ese Fulcanelli es un chiflado;
y Juan es estúpido. En qué hora se me
ocurrió que era… ¿guapo?; es
atractivo, pero estúpido como todos los hombres.
Más, porque su
educación linda con lo absurdo”.
El libro, encuadernado en piel,
oscura, sin duda a mano, se abrió al caer sobre la alfombra.
El tubo rebotó sobre el texto manuscrito, y luego
rodó lejos, hacia un dibujo de la esquina de la alfombra
donde estaba uno de los pentáculos.
Pero Brigitte no pudo verlo de
inmediato, porque se dejo caer sobre la cama, sintiendo un leve dolor
de cabeza, y cerró los ojos, para intentar atenuarlo.
Al poco de encontrar la negrura
esperada, lo vio, como si lo tuviera delante.
Una letra suelta, elegante y
fácilmente legible, en azul o violeta aparentemente escrito
con una pluma, porque el delgado papel no hubiera soportado la
presión de otro sistema de escritura manual.
Unas palabras en medio de un
párrafo se aparecieron ante sus ojos cerrados:
“… y
Brigitte. ¿Qué pasará con ella? Ni
siquiera la conozco. Me hubiera gustado haber encontrado la forma de
que Juan me la presentara…”
Brigitte se
sobresaltó. Con un leve ¡OH! de asombro, se
irguió, sentada, abriendo los ojos más de lo
normal, mirando al frente, para asegurarse de que permanecía
en su habitación, y de que no soñaba…
Por fin se decidió a
bajar la vista, para recuperar la realidad…
El libro realmente no estaba
abierto, aunque sí en una posición
extraña: En lugar de reposar plano sobre la alfombra,
permanecía de canto, ofreciendo su lisa cantonera oscura,
apoyado sobre ambas tapas que se habían inclinado al abrirse
por un punto medio, de forma que el equilibrio se mantenía.
Al cogerlo Brigitte,
cerrándolo a propósito, lo volvió a
observar volteándolo por ambas tapas: La trasera lisa. La
delantera tan sólo “Eugène”,
en letras góticas. Como ya antes había observado.
Como ya sabía, si
permitía que el libro se abriera sólo, y
éste había sido usado, aparecerían con
probabilidad las páginas más consultadas: la
misma abertura por la cual el libro se sostenía hace un
momento sobre el suelo, y que correspondía a la parte final
del tomo.
Un vistazo al conjunto de las
hojas también lo hacía presagiar.
No le pudo sorprender ya que,
al proceder a la apertura del libro siguiendo el camino de menor
resistencia, se tropezara con la misma frase que había
“soñado”, o intuido, o adivinado.
El texto continuaba:
“Sé que no
es imprescindible, pero me hubiera gustado conocerla.
Tampoco sé si
hubiéramos simpatizado; podemos ser muy diferentes.
Como sea, olvídalo
Eugène, no debes intentar forzar la mente de Juan en ese
sentido: Es lo que él considera su vida privada, a la cual
no tengo por qué tener acceso sin su consentimiento. Cada
cosa a su tiempo.
Pero me hubiera gustado tener
un contacto personal con quien ha de recuperar la memoria perdida.
Estoy convencida de su
éxito, pero los métodos pueden variar, hacerlo
todo más sencillo o más complicado.
Si hubiéramos podido
contactar, mi imagen y mis pensamientos hubieran permanecido en el
borde de su subconsciente, y la podría ayudar y dirigir con
más facilidad.
Sin embargo, el doctor no lo
estima así. Piensa que es un factor poco importante, que
sólo podría crear riesgos innecesarios.
Ahora debes estar leyendo esto;
tómalo como un saludo desde el otro lado de alguien a quien
no conoces, pero en quien puedes confiar…
Recoge el tubo, y él
guiará tus manos hacia… ”
Brigitte cortó la
lectura de golpe, para meditar. No salía de su asombro.
“Pero ¿me
estoy volviendo loca? –se decía a sí
misma-. Este libro me está hablando… a
mí… Todo esto es absurdo. Debe tratarse de una
confusión, o de una broma pesada”.
Y de nuevo cerró el
libro de golpe, aprisionando con fuerza
las tapas, para que no se abriera ni por accidente…
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