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Sereira: La mano de la diosa /
Elturiferario ©
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ANEXO II
L’Anneau tournant:
Fuente de las Horas
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Villleroy trouve pour
Louis des compagnons plus adaptés à son rang. Ils
jouent ensemble à l'anneau tournant et au volant, il tire
aussi des pétards et de petites fusées.
Fuente de las Horas
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Notas tomadas por Eugène,
reproducidas tal cual (¡Qué organizada es esta
chica!).
La Torre. Hipótesis de acceso:
-Cercano. No descartar, pero no coherente.
-Exterior. No se aprecia en la superficie. Tendría que ser
un acceso oculto o secreto. Es una posibilidad a tener en cuenta.
-Interior, subterráneo.
-Superior. Excesivamente complicado.
-Lejano. Difícil de justificar (¿Regajal?).
-Ninguno. No procede, salvo que intervenga Juan de Herrera, o por una
utilidad desconocida: Considerar.
Hipótesis de uso:
En Aranjuez se la justifica como componente inevitable de las antiguas
conducciones de agua que bajan desde la meseta, un respiradero para
controlar la presión del agua.
Sin embargo, resulta chocante que su aparente antigüedad
supere en tanto a las fuentes destinatarias de tales conducciones.
En cualquier caso, no descartar como hipótesis de trabajo,
dada su situación geográfica.
La utilidad y el acceso son las preguntas que plantea la torre, en
cualquiera de los casos.
La respuesta puede estar relacionada con la Fuente de las Horas.
(...)
Notas tomadas por Juan T. Volta, algo menos asépticas.
La torre se yergue -notable aunque discreta-, entre árboles
centenarios que, aun siendo de tan elevado porte como son, no logran
superarla en altura.
Su indudable preponderancia se aprecia menos debido a que
está situada en el fondo del valle, prácticamente
al nivel del agua del río y rodeada de frondosos
árboles de ribera o cultivados, que producen la
sensación de pequeñez en la
construcción así absorbida.
Es necesario conocer su existencia para encontrarla y apreciar su
enigmática grandeza del tipo de las construcciones antiguas.
Por otro lado su existencia no se ve justificada por ninguna evidencia.
En Aranjuez circulan diferentes y curiosas explicaciones, ninguna de
ellas sustentada por datos, escritos o documentos, sino por intuiciones
más o menos verosímiles.
Simplemente se sabe que está ahí.
Se le atribuyen quinientos años por su islámica
factura de ladrillo visto y su adorno geométrico, no
figurativo, pero es una fecha que pareciera tomada a voleo; ni siquiera
el pueblo alcanza esa antigüedad.
En un radio de cien metros no existe otra construcción
humana, salvo las fuentes con sus estatuas, adornos o relieves, parece
que colocadas con posterioridad a la torre, aunque nos es desconocido
si alguna de ellas pudiera estar situada sobre la hipotética
cripta que sirviera de acceso a la torre: No lo insinúan ni
la distancia ni la disposición, pero lo cierto es que no hay
constancia de que hubiera o dejara de haber intención en su
colocación respecto de la torre.
¿Por qué no hay documentación de una
construcción así?
En realidad, no forma parte en absoluto de la geometría de
calles, paseos, caminos y setos en los que sí
están inscritas indudablemente las fuentes y sus estatuas
como conjunto armónico. Al contrario, se eleva sobre una
zona interior de setos cuadrangulares donde ocupa, sesgada, una esquina
poco indicativa.
La hipótesis que manejan Eugène y el doctor es
que el acceso a la torre ha de ser subterráneo, ya de forma
intencionada (probable, según ellos), o debido al paso del
tiempo, si bien no hemos encontrado prueba alguna de ello. Sin embargo
la conexión que buscábamos en nuestra
desafortunada excursión bajo el regajal, el denominado Mar
de Ontígola, ha resultado, además de desgraciada,
infructuosa...
Su diseño es elegante y sólido, aunque no
atrayente: Carece de marcas o adornos que la destaquen exceptuado un
bajorrelieve geométrico de significación
aparentemente anodina, de estilo mudéjar, elaborado con el
mismo tipo de ladrillos que el resto de la construcción, sin
afán aparente de destacar ni en color ni en relieve, ni en
originalidad.
Estos bajorrelieves, que se aprecian claramente, se encuentran sin
embargo fuera del alcance de una persona de estatura normal. Se inician
a unos cuatro metros de la base, rodeando su superficie hasta cerca de
su cúspide.
Todo alrededor la torre se hunde literalmente en el terreno, sin piso o
abertura insinuados en todo su perímetro; tampoco en toda su
superficie, hasta su culminación, se detecta abertura
alguna: Se diría maciza.
Me acerco a la construcción y la rodeo para calcular sus
dimensiones.
Compruebo lo que ya sabía: no existen aberturas visibles en
todo su perímetro.
Salvo arriba, como si de una chimenea industrial se tratase.
Se asienta sobre el suelo a una profundidad desconocida, rodeada de
fango y musgo; sus alrededores se mantienen limpios, probablemente de
forma intencionada; ninguna hiedra trepa por sus muros.
El círculo de su base tendrá unos cuatro metros
de radio, en forma de cilindro al principio, se va estrechado a partir
de unos doce metros, en cono truncado, por encima de los adornos, en
forma proporcional, hasta lo que podría ser medio metro de
radio en la cúspide, a unos treinta metros de la parte de la
base que queda a la vista.
Los adornos o relieves son dibujos geométricos angulares
trazados por los propios ladrillos, en bajorrelieve, inspirados en las
tracerías típicas del Islam del sur de la
península ibérica, o las construcciones
mudéjares del interior.
Por encima de los doce metros, empieza a enflaquecer en forma
exponencial la obra desnuda, retorciéndose como las columnas
salomónicas, pero marcando los ángulos.
La copa del plátano más elevado, muy cercano,
supera los veinte metros, siendo los plátanos de los
alrededores de un porte muy similar, aunque asombrosamente altos, no
tanto como la obra artificial. Sin embargo, tupido de hojas
primaverales el jardín en esta época del
año, la punta de la torre no será vista a
distancia si no es intencionadamente buscada.
La Fuente de las Horas, relativamente cercana, es sencilla, esbelta,
bella y relajante.
Me he detenido bastante tiempo, sentado sobre uno de los bancos de
piedra, rogando que la cantarina música de su discreto
chorro de agua me comunicara algún mensaje, alguna
respuesta; me ha transmitido paz interior, y algo de optimismo.
(fin de nota)
Eugène y yo nos dirigíamos esa mañana
a tratar de verificar y aclarar el misterio de la torre.
El doctor nos había indicado qué
teníamos que buscar y anotar.
Aunque la noche del reencuentro resultó agitada y
placentera, después de un lapso que se me iba haciendo
eterno, madrugamos; a esa hora temprana los turistas aún no
habían llegado y se podía curiosear con
más tranquilidad.
Atravesamos el Parterre a toda velocidad, a la sombra de los magnolios,
siguiendo la balaustrada de metal que corona el muro que encauza el
río hasta el puente de la ría, a la derecha del
viejo madroño, donde las antiguas reproducciones
clásicas que lo flanquean y delimitan parecen recibirnos o
mirarnos con curiosidad.
Pero no nos detenemos a conversar con ninguna, hoy, para entrar en el
jardín de la isla propiamente dicho.
Luego enfilamos hasta la galería de fuentes, llegando a
destino en pocos minutos.
Yo había venido repasando en voz alta las ideas que
había anotado, para información de
Eugène, que escuchaba en silencio, hasta que nos enfrentamos
con la base, probablemente de mármol, del inicio de nuestra
búsqueda.
(Durante la tarde y la noche anterior, dedicados a otros menesteres, no
había encontrado tiempo para compartir con ella mis notas).
-La Fuente de las Horas. Aquí está el reloj.
Ella se situó sobre la loseta que tenía el
símbolo I, y desde allí nos separamos para rodear
la fuente.
Tomé por la izquierda siguiendo las losas marcadas con
números romanos, caminando con dignidad, mientras
Eugène seguía el sentido derecho -el contrario al
de las agujas de un reloj- en lo que me parecieron ridículos
e inapropiados saltitos.
-Une, –cantó Eugène, en alta voz-...
trois,... six...
-Cinco,... dos,... diez, - yo, a la vez.
-... sept, ... quatre –Eugène.
-…doce, …ocho –yo.
-Et onze –Eugène.
-Y nueve –yo.
Y nos tropezamos justo al otro lado de la fuente,
contemplando ahora, al volvernos a mirar hacia el centro, su sencilla
taza rebosante de agua que se derramaba cantando.
-Esta combinación no parece tener mucha lógica.
Más bien sigue un orden absurdo –dije.
Eugène anotaba en su block.
-Están las doce horas –concluyó- pero
en un orden nada apropiado para un reloj.
-Esto no va a marcar la hora nunca –aseveré.
-Sabemos que la fuente ha sido desmontada más de una vez; se
pudo alterar el orden.
-Sin embargo, parece que realmente se desmontó y
montó de nuevo colocando las piezas en la misma
situación en que estaban.
-No lo podemos comprobar ¡Aquí esta!
–Eugène repasaba una guía
turística local-. No es un reloj de sol -eso era evidente-,
es un juego de agua,... un Anneau-Tournant, anillo
giratorio... ¡No sé lo que es
eso!¿Debería saberlo?
-¿No dice en qué consiste? –yo-
¿Es algún tipo de reloj de agua, una
clepsidra?¿Algún juego?
-Aquí no aclara nada –terminó de leer y
abandonó la guía.
-Habrá que buscarlo en Internet
–comenté, por decir algo.
-Bueno. En cualquier caso, la fuente está aquí
–miró hacia los alrededores-. Aunque no sabemos si
funciona o cómo funciona. Sí se ajusta a lo que
describe el pergamino. Es bonita la fuente
–contempló meditativa el agua.
Nos habíamos dado la vuelta para contemplarla;
asentí con un gesto apreciativo.
-Sencilla, elegante y relajante –confirmó
Eugène. Pero no sostuvo su mirada-. ¡Vamos a
buscar la torre! Debiera ser visible desde aquí.
-Allí a tu derecha –señalé
detrás nuestro: Era la única
construcción cercana.
-Se parece a la descripción –valoró
Eugène, pensativa.
-Vamos a verlo –inicié la marcha.
Ella, mientras me seguía, terminó de anotar un
esquema de la situación geográfica y el orden de
la numeración en su block.
-Ya está -y se puso a mi altura, para mostrarme sus apuntes:
I, III, VI, VII, IV, XI, IX, VIII, XII, X, II, V, desde el I, en el
sentido inverso de las agujas de un reloj.
-Une, cinq, deux, dix, douce, huit, neuf, onze, quatre, sept, six,
trois –dijo después de hacer la
inversión, para que tomara el sentido de las agujas del
reloj.
Uno, cinco, dos, diez, doce, ocho, nueve, once, cuatro, siete, seis,
tres, me repetía yo mentalmente, como si la
repetición le pudiera dar sentido a la serie...
(...)
La fuente y la torre estaban allí.
El mecanismo de la fuente había de ser descifrado.
Sin embargo, la combinación que debía indicar la
fuente que era conocida como “del Reloj” o,
más apropiadamente, “de las Horas”,
podría estar falseada.
En la inspección ocular habíamos constatado que
la numeración romana había sido reconstruida y
vuelta a fijar muy recientemente, quizá
alterándola.
La explicación de esta posible alteración
resultaba curiosa y no permitía deducir cuál
había sido la posición original de la
numeración.
Al parecer, la fuente había sido traída desde los
Países Bajos en tiempos de Felipe II. Fue montada en su
lugar actual y habilitada, pero su función no
llegó a ser comprendida o se mantuvo oculta
intencionadamente.
El uso de la numeración romana, desde el uno hasta el doce,
parecía indicar que se trataba de algún tipo de
reloj, por lo que las losas donde iban grabados los números,
hasta completar un anillo, se ordenaron de forma secuencial,
ascendente, en sentido lógicamente de las agujas del reloj.
Sin embargo, y dado que se apreciaba en el encajado de las piezas que
el orden, aunque lógico, no coincidía con la
intención de los artesanos que la llevaron a efecto, se
optó por seguir el orden arquitectónico, del que
resultó la extraña sucesión que
habíamos anotado.
Sin embargo este montaje nunca pudo marcar la hora: No era un reloj.
Un presunto reloj solar, por ejemplo, no podía ser
geométricamente circular, como lo era este anillo: Para
marcar las horas en forma circular es necesario algún tipo
de mecanismo del que la fuente carece, pues sólo se compone
del citado anillo y de una pileta en su centro del que sube hacia
arriba un único chorro de agua, lo que vuelve a descartar el
reloj, incluso la clepsidra, que no hay forma de imaginar.
Sin embargo la idea de Anneu-Tournant, que aparece como
descripción vaga, parece implicar algún tipo de
mecanismo: El anillo debiera girar de alguna forma, o bien
referenciarse con respecto de algo que sea capaz de marcar posiciones
en el círculo.
Teníamos motivos para pensar, sabíamos, que la
torre estaba implicada.
En estas circunstancias, podría aparecer el reloj que da
nombre a la fuente, aunque es difícil imaginar su mecanismo,
teniendo en cuenta que se sabe por documentación de la
época de su instalación que la
numeración original, como ya habíamos
reiteradamente concluido, no era sucesiva, sino que los
números seguían un cierto orden no evidente.
Esta posición, la primitiva (la actual), es la que nos
interesaba.
Nosotros sabíamos más; quiero decir,
Eugène y el doctor, en sus desquiciados razonamientos,
pretendían saber más:
Sabían que probablemente se trataba de un reloj, pero no
horario, como daban a entender las doce cifras, sino de un reloj de
tipo estelar...
Lo cual para mí no tenía ningún
significado, salvo el de una imprecisa amenaza.
Algo siniestro, ajeno a mis sentimientos, parecía moverse en
mi interior ante la contemplación mental de los
números, diferente de mi repulsión hacia las
matemáticas, más natural en mi.
Por otro lado, lo del Anneau-Tournant, y rememorando su
estrambótico recorrido, me sonaba al “Corro de la
Patata”...
No lo comenté, por parecerme ridículo. |
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Juan Antonio Pizarro
Martín ©
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