Incluso cuando me vi directamente
amenazado, mi indolencia, mi confusión y el optimismo que
Eugène me transmitía hicieron que mi percepción de
las cosas obviara el peligro.
Peligro que al revelarse ahora cierto me abruma.
Y he de confesar, para mi sorpresa, para ser sincero conmigo mismo, que
no temo por mí, por mi integridad física o mental.
Soy consciente de ser y haber sido siempre un escritor frívolo,
pero la sociedad también necesita frivolidad. Y puesto que
existe la demanda ¿Por qué no iba yo a hacer mi oferta?
Admito mi interés puramente económico. Pero no hay
engaño. Sé perfectamente hasta dónde llega mi
capacidad como persona y como trabajador. Y en este aspecto siempre he
sido honrado: He dado siempre lo mejor de mí mismo, trabajo de
calidad para atender a una necesidad ineludible.
Mis lectores me gratifican con su atención y su dinero. Y yo no escatimo: El que da lo que tiene, lo da todo.
El trato, creo, es justo.
Los críticos viven de otras cosas, y no los necesito como intermediarios. Mi cuenta corriente habla por sí misma.
Pero basta de justificarme. Lo que ahora necesito es plantearme personalmente hasta dónde puedo y deseo llegar.
Tengo que decidir si he de poder decir tan sólo “al menos,
no he roto ni colaborado a romper nada de lo que compone nuestro
mundo” o bien dar un salto cualitativo, involucrarme,
actuar para poder decir: “aunque no he solucionado muchos
problemas, al menos he dejado el mundo mejor de lo que lo
encontré”.
Sea como sea, ahora siento la necesidad de saber dónde me encuentro.
Antes bastaba con seguirle la corriente a Eugène.
Ahora necesito saber...
(...)
Cuando abordamos a Mila, no tenía ella conciencia de sus capacidades.
El proceso viene a ser el siguiente:
Mediante una serie de tests de tipo anímico, mental, encaminados
a medir y valorar el grado de receptividad del individuo, se localiza a
la persona adecuada a la misión que se ha proyectado.
Si el resultado de las pruebas ha sido el esperado, se procede a poner
en marcha la segunda etapa. Hay que tener en cuenta que durante la
primera etapa no se produce ningún tipo de contacto directo con
la persona a la que se está sometiendo a la prueba. Es decir, la
persona no sabe que se le está sometiendo a una prueba.
Y por otro lado este tipo de contacto directo a que nos referimos no
tiene nada que ver con el contacto social: La amistad, enemistad o
indiferencia no interfieren, en principio, en el proceso.
En teoría, no se consideran.
En realidad, no es interesante tratar de establecer un contacto con
alguien que no nos resulte emocionalmente simpático, porque a
medio plazo pueden surgir problemas imprevistos; resulta de sentido
común probar con personalidades afines o empáticas.
Para el caso concreto de Mila, se consideró una doble
relación personal. En primera instancia, se valoró el
hecho de tu simpatía emocional por ella, que fue detectada como
factor positivo.
Todavía no puedo explicarte completamente cuál es tu papel, en qué reside tu interés.
Sí te puedo confesar, para tu tranquilidad, que tu
empatía para conmigo era muy importante: No puedo decir
más, por ahora.
Quiero hablarte de Mila, antes de que ya no pueda ser.
No me preguntes sobre ti, porque no te voy a contestar...
Al buscar el contacto personal convencional, deseado aunque no
imprescindible, recomendé particularmente el acercamiento, no
tan sólo debido a razones técnicas.
La posibilidad fue elevada a una instancia imparcial, que de forma objetiva aprobó pasar a la segunda fase.
Generalmente, aunque no es imprescindible, como ya indiqué, es
en la segunda fase cuando se establece el contacto que llamamos
convencional, lo que implica un acercamiento amistoso.
No me resultó difícil.
Las diferencias culturales cuentan muy poco, y tienen una escasa influencia en el proceso.
A mí, personalmente, no me afecta: La experiencia me ha ido
demostrando que no hay relación entre lo que supone una
formación didáctica social, y lo que la persona como
conjunto vale en un sentido amplio; he conocido a más de un
catedrático, al que se supone una elevada formación, cuya
majadería es proverbial, incluso socialmente dañina, por
no entrar en cuestiones morales. Por el contrario, personas que no han
recibido educación alguna, además de demostrar una alta
calificación moral, pueden resultar poseedores de una
inteligencia insospechada cuando disponen de la oportunidad y los
medios adecuados.
Por tanto en este terreno no es conveniente actuar con prejuicios.
El sentido común y lo que si quieres llamamos intuición,
para entendernos, suelen ser buena guía, aunque han de ser
contrastados y preferiblemente desde un punto de vista externo,
más objetivo.
Este es el motivo de la consulta previa al paso segundo; es lo que se
suele poner en cuestión antes de dar un visto bueno.
Establecido -o no-, el contacto, se inicia, en caso positivo, lo que podríamos llamar entrenamiento.
Es necesario aclarar que todo este proceso es mucho más largo de
explicar que de llevar a la práctica, en el aspecto operativo y
en el temporal.
Una consulta como la descrita puede ser llevada a cabo en horas, y el entrenamiento tampoco ha de llevar mucho más.
Por ejemplo, la propuesta de captación de Mila se
resolvió, positivamente, de un día para otro, y tú
fuiste testigo de su entrenamiento, que duro minutos.
Cuando Mila empezó a “recordar” la presencia del
Zahir sobre la pared, estaba absorbiendo información a una
velocidad comparativamente superior a la de la luz.
Cuando decidió ayudarnos a contactar con Charlie ya era consciente de su actividad dentro del grupo.
Como ves, minutos.
Todo esto es así porque no se trata de contactos u operaciones
convencionales, que se prolongan en el tiempo, durante toda una vida
quizá, sino de lo que en términos místicos
podríamos asimilar a la inspiración que se produce de
forma instantánea y completa, sin transición ni etapas:
Antes no tenías la más mínima conciencia de la
existencia de mundos paralelos, y un instante después los
conoces y los controlas.
(Inquiero sobre mis propios conocimientos al respecto, pero Eugène elude responder, de nuevo)
Lo que se puede describir, en lenguaje hablado, semeja la
implantación de una serie de cualidades que se pueden enumerar,
aunque el orden no tiene significado porque son simultáneos,
superpuestos.
Podríamos considerarlo un conjunto con interactividad mutua.
Actualmente, mediante sondas que activan partes concretas del cerebro,
se está tratando de delimitar esas zonas y qué
consecuencias tiene su activación.
Por ejemplo, están bastante delimitadas las zonas que
corresponden a los sentidos, aunque ello no es una cuestión
excluyente, porque se sabe que las neuronas poseen gran capacidad de
adaptación y mediante entrenamiento o cirugía es posible
inducir a las neuronas a ocupar funciones para las que no estaban en
principio destinadas, y que sin embargo, por causa de daño
físico, atrofia o motivos genéticos, sustituyen a las que
debieran cumplir tal función perdida o ausente. Y la
interacción entre ellas resulta de una complejidad que supera en
mucho la velocidad de los ordenadores, que tanto nos asombra.
Además, actuando sobre ciertas zonas, se entra en lo que
denominamos espíritu o yo particular, sentimientos, sensaciones,
todo ese tipo de definiciones vagas y abstractas que se escurren entre
nuestros cálculos:
Se conocen, por ejemplo, la zona que se activa en la excitación
orgásmica, la zona en que la persona levita sobre sí
misma par contemplarse desde arriba –aunque no se intuye su
utilidad-, la zona que controla el lenguaje...
Todos estos conocimientos, que se están empleando a nivel
neurológico, químico, quirúrgico, sin descartar la
acción inducida representada por la psicología en una
nueva ciencia que se va definiendo como neurociencia, son
tímidos pasos en comparación con los conocimientos
ancestrales, porque en la edad de oro el hombre estaba en contacto
directo con los dioses.
Y parte de sus conocimientos son los que empleamos nosotros.
(...)
Ni siquiera en las desgraciadas circunstancias actuales me
pareció Eugène sincera, o natural. Su autocontrol era
inmenso.
A mí me daba, en cierto sentido, lástima; porque yo,
moralmente hundido, no tenía ningún recato en hacerlo
evidente, y ella tan sólo se permitió unos minutos de
abandonado llanto...
Me sentía cansado, y me despedí de Eugène,
convencido de que no me daría más explicaciones. Y
terriblemente cansado.
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