Sereira:
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Sereira: La mano de la diosa / Elturiferario ©

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CAPITULO XXIX

Un juego...

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Hasta ahora, todo había sido un juego.

Incluso cuando me vi directamente amenazado, mi indolencia, mi confusión y el optimismo que Eugène me transmitía hicieron que mi percepción de las cosas obviara el peligro.
Peligro que al revelarse ahora cierto me abruma.
Y he de confesar, para mi sorpresa, para ser sincero conmigo mismo, que no temo por mí, por mi integridad física o mental.
Soy consciente de ser y haber sido siempre un escritor frívolo, pero la sociedad también necesita frivolidad. Y puesto que existe la demanda ¿Por qué no iba yo a hacer mi oferta?
Admito mi interés puramente económico. Pero no hay engaño. Sé perfectamente hasta dónde llega mi capacidad como persona y como trabajador. Y en este aspecto siempre he sido honrado: He dado siempre lo mejor de mí mismo, trabajo de calidad para atender a una necesidad ineludible.
Mis lectores me gratifican con su atención y su dinero. Y yo no escatimo: El que da lo que tiene, lo da todo.
El trato, creo, es justo.
Los críticos viven de otras cosas, y no los necesito como intermediarios. Mi cuenta corriente habla por sí misma.
Pero basta de justificarme. Lo que ahora necesito es plantearme personalmente hasta dónde puedo y deseo llegar.
Tengo que decidir si he de poder decir tan sólo “al menos, no he roto ni colaborado a romper nada de lo que compone nuestro mundo” o bien dar un salto cualitativo, involucrarme, actuar  para poder decir: “aunque no he solucionado muchos problemas, al menos he dejado el mundo mejor de lo que lo encontré”.
Sea como sea, ahora siento la necesidad de saber dónde me encuentro.
Antes bastaba con seguirle la corriente a Eugène.
Ahora necesito saber...
(...)
Cuando abordamos a Mila, no tenía ella conciencia de sus capacidades.
El proceso viene a ser el siguiente:
Mediante una serie de tests de tipo anímico, mental, encaminados a medir y valorar el grado de receptividad del individuo, se localiza a la persona adecuada a la misión que se ha proyectado.
Si el resultado de las pruebas ha sido el esperado, se procede a poner en marcha la segunda etapa. Hay que tener en cuenta que durante la primera etapa no se produce ningún tipo de contacto directo con la persona a la que se está sometiendo a la prueba. Es decir, la persona no sabe que se le está sometiendo a una prueba.
Y por otro lado este tipo de contacto directo a que nos referimos no tiene nada que ver con el contacto social: La amistad, enemistad o indiferencia no interfieren, en principio, en el proceso.
En teoría, no se consideran.
En realidad, no es interesante tratar de establecer un contacto con alguien que no nos resulte emocionalmente simpático, porque a medio plazo pueden surgir problemas imprevistos; resulta de sentido común probar con personalidades afines o empáticas.
Para el caso concreto de Mila, se consideró una doble relación personal. En primera instancia, se valoró el hecho de tu simpatía emocional por ella, que fue detectada como factor positivo.
Todavía no puedo explicarte completamente cuál es tu papel, en qué reside tu interés.
Sí te puedo confesar, para tu tranquilidad, que tu empatía para conmigo era muy importante: No puedo decir más, por ahora.
Quiero hablarte de Mila, antes de que ya no pueda ser.
No me preguntes sobre ti, porque no te voy a contestar...
Al buscar el contacto personal convencional, deseado aunque no imprescindible, recomendé particularmente el acercamiento, no tan sólo debido a razones técnicas.
La posibilidad fue elevada a una instancia imparcial, que de forma objetiva aprobó pasar a la segunda fase.
Generalmente, aunque no es imprescindible, como ya indiqué, es en la segunda fase cuando se establece el contacto que llamamos convencional, lo que implica un acercamiento amistoso.
No me resultó difícil.
Las diferencias culturales cuentan muy poco, y tienen una escasa influencia en el proceso.
A mí, personalmente, no me afecta: La experiencia me ha ido demostrando que no hay relación entre lo que supone una formación didáctica social, y lo que la persona como conjunto vale en un sentido amplio; he conocido a más de un catedrático, al que se supone una elevada formación, cuya majadería es proverbial, incluso socialmente dañina, por no entrar en cuestiones morales. Por el contrario, personas que no han recibido educación alguna, además de demostrar una alta calificación moral, pueden resultar poseedores de una inteligencia insospechada cuando disponen de la oportunidad y los medios adecuados.
Por tanto en este terreno no es conveniente actuar con prejuicios.
El sentido común y lo que si quieres llamamos intuición, para entendernos, suelen ser buena guía, aunque han de ser contrastados y preferiblemente desde un punto de vista externo, más objetivo.
Este es el motivo de la consulta previa al paso segundo; es lo que se suele poner en cuestión antes de dar un visto bueno.
Establecido -o no-, el contacto, se inicia, en caso positivo, lo que podríamos llamar entrenamiento.
Es necesario aclarar que todo este proceso es mucho más largo de explicar que de llevar a la práctica, en el aspecto operativo y en el temporal.
Una consulta como la descrita puede ser llevada a cabo en horas, y el entrenamiento tampoco ha de llevar mucho más.
Por ejemplo, la propuesta de captación de Mila se resolvió, positivamente, de un día para otro, y tú fuiste testigo de su entrenamiento, que duro minutos.
Cuando Mila empezó a “recordar” la presencia del Zahir sobre la pared, estaba absorbiendo información a una velocidad comparativamente superior a la de la luz.
Cuando decidió ayudarnos a contactar con Charlie ya era consciente de su actividad dentro del grupo.
Como ves, minutos.
Todo esto es así porque no se trata de contactos u operaciones convencionales, que se prolongan en el tiempo, durante toda una vida quizá, sino de lo que en términos místicos podríamos asimilar a la inspiración que se produce de forma instantánea y completa, sin transición ni etapas:
Antes no tenías la más mínima conciencia de la existencia de mundos paralelos, y un instante después los conoces y los controlas.
(Inquiero sobre mis propios conocimientos al respecto, pero Eugène elude responder, de nuevo)
Lo que se puede describir, en lenguaje hablado, semeja la implantación de una serie de cualidades que se pueden enumerar, aunque el orden no tiene significado porque son simultáneos, superpuestos.
Podríamos considerarlo un conjunto con interactividad mutua.
Actualmente, mediante sondas que activan partes concretas del cerebro, se está tratando de delimitar esas zonas y qué consecuencias tiene su activación.
Por ejemplo, están bastante delimitadas las zonas que corresponden a los sentidos, aunque ello no es una cuestión excluyente, porque se sabe que las neuronas poseen gran capacidad de adaptación y mediante entrenamiento o cirugía es posible inducir a las neuronas a ocupar funciones para las que no estaban en principio destinadas, y que sin embargo, por causa de daño físico, atrofia o motivos genéticos, sustituyen a las que debieran cumplir tal función perdida o ausente. Y la interacción entre ellas resulta de una complejidad que supera en mucho la velocidad de los ordenadores, que tanto nos asombra.
Además, actuando sobre ciertas zonas, se entra en lo que denominamos espíritu o yo particular, sentimientos, sensaciones, todo ese tipo de definiciones vagas y abstractas que se escurren entre nuestros cálculos:
Se conocen, por ejemplo, la zona que se activa en la excitación orgásmica, la zona en que la persona levita sobre sí misma par contemplarse desde arriba –aunque no se intuye su utilidad-, la zona que controla el lenguaje...
Todos estos conocimientos, que se están empleando a nivel neurológico, químico, quirúrgico, sin descartar la acción inducida representada por la psicología en una nueva ciencia que se va definiendo como neurociencia, son tímidos pasos en comparación con los conocimientos ancestrales, porque en la edad de oro el hombre estaba en contacto directo con los dioses.
Y parte de sus conocimientos son los que empleamos nosotros.
(...)
Ni siquiera en las desgraciadas circunstancias actuales me pareció Eugène sincera, o natural. Su autocontrol era inmenso.
A mí me daba, en cierto sentido, lástima; porque yo, moralmente hundido, no tenía ningún recato en hacerlo evidente, y ella tan sólo se permitió unos minutos de abandonado llanto...
Me sentía cansado, y me despedí de Eugène, convencido de que no me daría más explicaciones. Y terriblemente cansado.


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Juan Antonio Pizarro Martín ©