Sereira:
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Sereira: La mano de la diosa / Elturiferario ©

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CAPITULO XIV

Cámara térmica

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Con una pequeña bolsa de piel, muy usada, al lado, encontramos al doctor esperándonos junto al portal de mi apartamento.

Nos había llamado unos diez minutos antes, desde la estación.
Mientras entrábamos le comenté que la próxima vez bastaría con empujar con decisión la puerta del apartamento para que ésta se abriera sin más, porque el resbalón está roto. Y el portal lo abriría cualquier vecina, sin preguntar: No tenía que esperarnos.
Me miró un momento, no sé si enfadado, o perplejo...
Pero no dijo nada. De nuevo tenía prisa. La excitación delataba su interés, apenas reprimido.
Sacó de la bolsa lo que a primera vista parecía una pequeña cámara de vídeo digital, un cuaderno de notas, y algunos planos militares.
Nos resumió que el documento parecía describir, sin más, una amplia zona sobre el término municipal de Aranjuez, si la interpretación era correcta. (Esto confirmaría el acierto de la elección de Aranjuez como centro de operaciones). También la forma en que esa superficie se debía explorar.
Como de pasada, aclaró lo de buda.
En la primera entrada de buda, en el diccionario de la RAE, explica:
“Buda, de origen hispano o africano, espadaña de agua, anea”.
-Me dejé llevar por el exotismo, cuando la respuesta la teníamos delante de las narices. Tuvimos suerte de que Juan se resistió. Andaríamos ahora perdidos por algún aeropuerto de Egipto, Calcuta o vaya usted a saber –se disculpó el doctor.
-¿Quién es pues, Buda?
-No quién. Qué. Ayer, camino del restaurante, lo vimos. La laguna que dejamos a nuestra derecha está cubierto de carrizo, espadaña, enea, anea,... buda.
-¡Coño!
-Suerte que tenemos a Juan...
Me hacían la pelota de una forma sospechosa. Les dejé hacer, en espera de tiempos peores...
Decidimos -decidieron, a raíz de la interpretación del texto-, que había que ponerse a ello de inmediato; me abstuve de dar mi opinión, que tampoco era muy apreciada, pero seguía sin ver el motivo de tanta prisa...He de confesar que en parte me divierte esta inhabitual hiperactividad.
-¿Has probado la cámara?
-No. Pero me han garantizado que es lo que necesitamos. Me han dado explicaciones que coinciden con nuestras necesidades. Tenemos un buen laboratorio en la Autónoma.
-¿En todos los detalles?
-Creo que sí. Vamos a repasar.
-La óptica.
-Un gran angular. Ojo de pez. “Se ha de tomar en consideración la curvatura de la superficie”... –el doctor manejaba unas curiosas notas, cuyo origen no explicó, ni Eugène ni yo preguntamos. Quizá ella sí las conocía. A mí me sonaban a chino.
-El transductor, térmico, infrarrojos, ultravioleta, filtros...
Todas estas referencias se fueron mezclando en su conversación, aunque no hay que fiarse de mi trascripción: En las cuestiones técnicas, como ya se habrá observado, tampoco soy muy fiable,...
-“Se ha de considerar la agitación de los componentes más ínfimos, las partículas elementales. Bajo el efecto de los (una palabra de difícil traducción: magnetos quizá), interaccionan en forma no natural, producen luz invisible, que marca el camino, el núcleo. La interpretación de la luz delinea puertas y accesos, superficiales y profundos. Los (magnetos, suponemos) se hallan en lo más profundo, y son violetas, porque son más que rojos. La gradación de luz marca el sendero. En la superficie, se difumina, hasta desaparecer al mezclarse con las partículas no magnetizadas. Allí, en lo profundo, se manifiestan puertas y accesos”...
-Será preciso usar más de un filtro.
-En realidad, muy poco. El filtrado se hace mediante un proceso digital. La óptica recoge todas las ondas, visibles o invisibles, todas las frecuencias de vibración lumínicas, relacionadas, cada una, con una determinada actividad atómica, en toda la banda, del infrarrojo al ultravioleta. De ahí se toma una grabación digital, manipulable, que posteriormente se procesa para individualizar los resultados, superponerlos, combinarlos.
-Suena un poco como que va a resultar cualquier cosa  que queramos, aunque no sea real. Eso de manipular...
-No es posible. Lo importante, en principio, es la óptica, y aplicando criterios racionales, no hay engaño. Me han garantizado que la óptica es la mejor, un gran angular de casi ciento ochenta grados.
-¿No lleva cinta magnética? La veo muy pequeña.
-Ese método, analógico, es primitivo. Lo que lleva es una memoria de elevadísima capacidad y capaz de trabajar a una velocidad impresionante en tiempo real acumulando datos organizados para ser procesados. La velocidad de recepción también es muy importante: Interesa tener tomas a alta velocidad, para poder visualizar el resultado lentamente. Y el sistema de compresión es el más novedoso y eficaz.
-¿Cuándo la tienes que devolver?
-Mañana.
-Tenemos, pues, algo de prisa. El problema es localizar un lugar lo suficientemente elevado para abarcar todo el valle. Hay que buscar, sobre plano, los lugares más altos de la meseta, hacer diferentes tomas, y luego relacionarlas.
-Mucho trabajo es eso, para una sola noche.
-Además, en los traslados invertiremos un tiempo que trastocará las condiciones, y por tanto la luz, por lo que se obtendrá un resultado muy confuso. Resultará muy laborioso reconstruir el conjunto.
-Necesitaríamos varios días, y que el clima no varíe mucho.
-No disponemos de ese tiempo. Tenemos la cámara y esta noche.
-¿Vamos a pasarnos toda la noche dando vueltas por el cerro?.
-Además, mi Golf no está hecho para caminos de cabra.
-No parece buena idea...
-Necesitaríamos un avión, un planeador, un globo...
-Un helicóptero sería ideal.
-¿Tiene alguien un helicóptero?...
-Voy a llamar a Ángel.
(...)
-Ángel, soy Juan. (...) Sí. (...) Oye ¿Tú sabes qué hay que hacer para alquilar un helicóptero?
-¿Un qué?¡Busca en las páginas amarillas!
-Uno con tres plazas.
-¿Para ti? Espera –hablando al interfono-. Marta, ven un momento, por favor –a mí de nuevo-. ¿Y no sería mejor un globo?
-Lo necesito para esta noche.
-¡Joder!¡Si son las seis de la tarde!
-No creo que estén tan solicitados...
-Marta. Alquílame un helicóptero, para tres personas... –pausa, para consultar el reloj- para dentro de dos horas.
-¿Con piloto? –se escuchó de fondo.
-Preferiblemente. Cárgalo a Juan.
-¡Enseguida!¿Dónde lo esperan?
-Juan: ¿Dónde lo quieres?
Estaba aún asombrándome de la eficacia de Marta. Y de Ángel. Consulté con un gesto a Eugène, que me sopló:
-¿Puede aterrizar en el aeropuerto deportivo que hay en Ocaña?
-Por supuesto. Y en la plaza del pueblo.
-Es más discreto el aeropuerto.
-Donde tú digas. Marta: el aeropuerto de Ocaña. ¿Necesitan algún permiso?, ¿Algo...?
-No. Ellos se ocupan de la burocracia. Estará en veinte minutos –Se la oye irse-.
-¿Has oído, Juan? En una hora está allí.
-¡Pues nos vamos! Hasta pronto.
-¿No me vas a contar...?
-Tenemos prisa.
Y colgué, interrumpiendo: ¡Buen viaj...!.
-¡Vamos! En una hora está en Ocaña.
-Bien. Tenemos hasta las diez de margen.
-¿Cuánto vale alquilar un helicóptero para dar un paseo?
-No tengo ni idea. Espero que mi próxima novela se venda bien.
-Te podemos ayudar, pero tiene que ser de forma discreta.
-¿Con dinero?¿En negro?
-Lo que haga falta.
-Eso va a ser más complicado que alquilar el helicóptero. Tendré que consultar con Ángel.
-Parece competente.
-Lo es.
(...)
La excursión fue divertida.
Emocionante y estresante.
Estuvimos cuatro horas bajo el monótono estruendo del motor del artefacto, entre las diez y las dos de la madrugada.
Se nos hizo corta.
Supongo que los vecinos se preguntarían qué leches hacía un helicóptero dando vueltas por los alrededores a tales horas.
Marta, en conexión con el doctor, lo había solucionado todo.
El piloto era muy amable. No hubo un sólo por qué: Se le dijo lo que queríamos, y sugirió la mejor forma de llevarlo a cabo, lo que fue aceptado.
Esperamos a la hora adecuada.
Partimos.
Barrimos toda la zona en varios sentidos, volvimos, nos despedimos del piloto, y éste despegó, hacia su helipuerto habitual, supongo.
El doctor también demostró su eficacia: Estaban advertidas todas las autoridades pertinentes, todos los permisos en regla para un grupo de científicos de una universidad Bávara, de Munich, en trabajo conjunto con Suiza, Lausana, y la Universidad Autónoma de Madrid, más una pequeña contribución de Limerik, que necesitaba filmar el hábitat de las mariposas nocturnas autóctonas, endemismo muy interesante y sobradamente conocido en círculos entomológicos.
Yo iba a pasar por inglés, pero, advirtiendo el dominio del piloto, aún con acento centroeuropeo, eslavo, yo que sé, decidí permanecer callado, pasando por sueco, y dejar que Eugène y el doctor Simón se comunicaran en francés, y con el piloto en una mezcla de inglés, mayoritariamente, entremezclado con el castellano con acento francés que yo conocía de Eugène.
Mi papel de sueco mudo estuvo perfecto, tengo que decirlo. Me estoy especializando en este tipo de papeles, parece. No quisiera encasillarme...
Los datos que veníamos manejando se iban confirmando, y durante el paseo, que insisto se nos hizo corto, no paramos, el doctor de grabar con atención, dando instrucciones al piloto, Eugène y yo de ir tomando notas y ella de ir dando la pauta al doctor.
Partíamos para casa de madrugada.
-¿Nos vamos a acostar?
-Yo he de volver a Madrid ahora –dijo el doctor- Pero tenemos que descargar la grabación de inmediato, y borrar la memoria de la cámara, para devolverla mañana por la mañana.
-¿Cómo vas a justificar el gasto? –me comentó Eugène, mientras nos dirigíamos al coche, para volver a mi casa.
-No sé. Eso, Ángel.
-¿No te va a preguntar?
-Sí –medité un instante-: Le diré que he ligado con una sueca, y que tenía un antojo.
-Dile que era francesa, así mientes menos.
-Bueno. Tendré que pedir un anticipo al editor. Y estar varios meses sin comer...
-No será tanto: Yo te daré de comer –bromeó Eugène-. Ahora en serio, el dinero se reembolsará en tu cuenta, cuando Ángel nos diga dónde ingresarlo. Eso no va a ser un problema.
No quise indagar sobre el tema.
-Vamos a tu apartamento a descargar la grabación ¿Tendrás espacio en tu PC?
-Depende. Pienso que sí, porque escribo sobre discos. El disco duro debe estar casi vacío.
-Bien. Vamos allá.
Pensábamos descargar y dormir después un rato, pero se aproximaba el amanecer y, excitados como estábamos, no pudimos por menos que echar un vistazo al resultado.
-No sabía que mi máquina fuera tan eficaz –comenté ilusionado ante la pantalla, donde se deslizaba, lentamente, todo el valle, en contornos extraños de azules, verdes, amarillos brillantes. No entendía nada, pero el resultado parecía satisfactorio, coherente, a juzgar por el asentimiento del Doctor.
-¿Ha salido bien? –preguntó Eugène, que miraba apoyada sobre mi hombro.
El Doctor manejaba alternativamente ratón y teclado. Yo me había sentado a su lado, en el suelo, y Eugène sobre mis hombros.
Sonrió al ver deslizarse el extraño paisaje. Volvió a asentir despacio.
-¡Basta por hoy! Me voy. Tengo que  devolver la cámara antes de las diez. Por la tarde analizaremos el resultado.
Cogió el equipo y se marchó en el taxi que le pedimos hacia la estación.
Eugène y yo hicimos planes para pasar lo que quedaba de noche, encontrando pocas dificultades.
(...)
Por la tarde, volvió el doctor.
Optamos por abandonarle en mi apartamento para que, suministrándole la mejor ayuda, que suele ser no estorbar, pudiera por sí mismo descifrar el resultado de las grabaciones que habíamos realizado.
Hasta donde pude entender, se trataba de utilizar algoritmos de tipo adaptativo, similares a los que se usan en medicina para obtener gráficas cerebrales o cardiológicas.
Consiste en un tratamiento digital de la información que aprende por sí mismo una pauta para discriminar la información válida de la accesoria, siguiendo criterios matemáticos que, aunque al neófito le pueden parecer gratuitos o infundados, están matemáticamente garantizados.
En el terreno de las matemáticas, yo sólo podía aportar mi fe, y Eugène tampoco parecía muy ducha, con lo que nuestra decisión de escurrirnos del asunto resultaba, en la práctica, muy acertada.
Más teniendo en cuenta que el doctor empezó a sentirse molesto por nuestras interrupciones basadas en la curiosidad infantil, lanzando un par de gruñidos de inequívoca interpretación, acompañados de gestos que nos indicaban claramente la puerta.
Eugène inició y culminó una retirada táctica que nos condujo a la tasca de la esquina, calculando un par de horas para malgastarlas convenientemente.
El doctor debía mientras deducir del galimatías obtenido la probable configuración del entramado subterráneo que suponíamos bajo el humedal, en la meseta que desagua en dirección al valle donde se asienta Aranjuez, y con probable final en la ribera del río, siendo muy optimista en cuanto al resultado, por lo que no nos sentimos culpables de abandonarle.
Traté en la tasca de aprovechar para sonsacar a Eugène algunos datos sobre su secta, asociación, orden, o lo que fuera a lo que pertenecían (no podía olvidar la facilidad con que aparentemente podían disponer de dinero), intentando parecer astutamente despectivo para obtener de su enfado alguna sustancia, pero con éxito casi nulo.
Su forma de eludir el tema, dado que en este tipo de local público no podía utilizar su habitual táctica de llevarme al huerto, fue describirme sus supuestas aventuras previas en Aranjuez, antes de contactarme.
Por algún motivo que no me quiso explicar, la primera hipótesis de trabajo, una vez situado el foco sobre Aranjuez, se centraba en una presunta red de comunicaciones aérea que ponía de hecho en contacto los edificios históricos de la población, sobre los tejados o a su través, a la vista del público, pero de acceso complicado, interrumpida en absurdos vanos y adornos inútiles, tramos de terrazas sin continuidad aparente, cruzados por pasillos aéreos a un nivel a todas luces inapropiado para la comunicación.
Traté de imaginar a Eugène haciendo excursiones nocturnas  por tan singulares pasos...
Ella lo explicaba divertida y yo creí sin dificultad en su palabra de que había hecho tales recorridos sobre terrazas, arcadas y tejados, en grata compañía de gatos, murciélagos, mochuelos, palomas y demás habitantes de las alturas.
Se mostró sin embargo elusiva sobre la forma en que había evitado ser vista durante algunas de sus travesías diurnas.
Tan sólo comentó que usaba métodos para mimetizarse con el medio que yo no llegaba a comprender, porque conocía y describió tramos de terraza que  pasaban sobre los arcos que a su vez cruzaban sobre la antigua carretera general, con tráfico abundante, tramos bien visibles desde cualquier punto y sin salida aparente que justificara la circulación de ninguna persona por ellos.
Tampoco explicó cómo había atravesado las amplias terrazas que pertenecían a los palacios que daban a la plaza, y a las que se abrían numerosos balcones de casas habitadas, con la única protección hacia el exterior de amplias balaustradas bajas de piedra.
La imaginé toda de blanco para confundirse con las piedras predominantes en las construcciones neoclásicas de la zona central de Aranjuez, pareciéndome una solución bastante cogida por los pelos; de madrugada yo sabía que el tráfico por la que fue carretera general tampoco cesaba, por lo que también hubiera resultado un trasiego sospechoso:
Sobre las galerías de arcadas laterales se sustentan amplias terrazas, de ancho superior a la propia galería, que se interrumpen por verjas de hierro fundido que separan las amplísimas fachadas.
Al centro de las galerías se abren sendos arcos de medio punto, que son las puertas de los patios. Y sobre ellos, otra terraza independiente de las laterales, separada de éstas por un muro de altura que es la diferencia del arco central con los de la galería, más la consabida verja, lo que supone una barrera difícilmente salvable en condiciones normales, y a cara descubierta.
Lo mismo sucede en los arcos de las esquinas, que, adosados a la iglesia y sobre la carretera, sustentan terrazas inaccesibles, por el exterior inútiles, y por el interior absurdas.
Su misión parece sólo ornamental, a pesar de su amplitud y sus bellas balaustradas de piedra, enverjadas de hierro fundido y bronce.
Las galerías resultan larguísimas, porque están perfectamente alineadas en una recta que a la vista se hace interminable.
Por ese mismo efecto, la bóveda de cañón no parece muy alta, aunque no baja de los tres metros, y en las arcadas angulares se eleva mucho más. Los arcos de las esquinas doblan en altura a la bóveda, lo que produce ese efecto de hacer parecer más bajo el túnel recto.
La sensación dentro de la galería es de túnel, a pesar de que la arcada al exterior es continua y en cualquier momento podemos abandonarla, pero como las columnas son muy gruesas, y cada arco se sustenta sobre una base de un metro cuadrado, la luz difícilmente penetra hasta el interior.
Una de las alas, la más cercana a Palacio, ocupa todo el lateral completo de la plaza, sin interrupción; la paralela, se corta más o menos hacia la mitad en una calle, y se prolonga luego -frente a una fuente dedicada a Venus- en un jardín cerrado por una verja, y abierto en cuatro puertas situadas en el centro geométrico de los lados del cuadrado donde el jardín está inscrito.
El jardín tiene interés por sí mismo, y merecería capítulo aparte si anduviéramos en descripciones, pero tan sólo interesa anotar, como anécdota, que la Venus de la plaza en algún momento se enfrentó a la estatua que ocupa el centro del jardín y que representa a una princesa de la casa real, lo que es interpretado en la localidad como señal de enemistad o animadversión; o burla.
Posteriormente, al encontrarse inconveniente, la lejana Venus volvió a girar con desdén para enfocar horizontes menos comprometidos.
La curiosa situación de las estatuas, a todas luces apócrifa, se tomó como cierta por conveniencia de la población de Aranjuez.
(...)
Cuando me quise dar cuenta, dos vermús y dos horas habían sido consumidos.
Igual de perplejo que al principio, Eugène me hizo notar que era hora de volver.


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Juan Antonio Pizarro Martín ©