Sereira:
La mano de la diosa
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La Tetería
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Sereira: La mano de la diosa / Elturiferario ©

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CAPITULO VIII

Iniciación

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Mis buenas intenciones laborales se vieron pronto interrumpidas por una llamada de Eugène que, extrañamente, no me molestó.

Supongo que me hacía a la idea de que ella iba, involuntariamente, a escribirme unos cuantos capítulos, lo que lógicamente me satisfacía, aunque no pensaba solamente en el trabajo.

Entre otros conocimientos, dispersos o profundos, que Eugène tenía sobre Aranjuez, y que quiso compartir conmigo, estaba la vida nocturna de la localidad, que yo apenas había explorado, sobre todo porque este ecosistema iniciaba su actividad más o menos a la misma hora que yo iniciaba la mía, particular, casera, y leit motiv de mi estancia en Aranjuez.

Sin embargo, al verme envuelto en sus actividades diurnas -o nocturnas-, se hacía casi obligatorio comentar algunos puntos que no habían podido ser tratados sobre el terreno, para no interferir con la avifauna bajo observación, y por otra parte poder ir elaborando un cuaderno de campo que pudiera sernos útil en el futuro.

En cuanto al cuaderno de campo, espero que lo llevara ella. Yo tenía otras obligaciones...

Los comentarios, o puestas en común, era algo que yo necesitaba para conservar un mínimo de salud mental. Para no acabar desquiciado, quiero decir. Aunque tengo que reconocer que hasta ahora, salvo en los trayectos motorizados, yo me divertía.

Ella conocía varios locales que, especialmente en el periodo que no coincidía con fiesta o fin de semana, eran tranquilos y acogedores.

A juzgar por la forma en que solía ser recibida en los que tuve ocasión de acompañarla, no resultaba una extraña. Y aunque bebedora ocasional y moderada, al menos mientras estuvo conmigo, o por ello, no apreciaba yo motivos para achacar al alcohol sus razonamientos complejos o sus actividades sospechosas.

En especial, yo prefería un local grande, acondicionado en lo que fue una planta baja de una corrala céntrica, y que estaba especializado en infusiones de té, más otras diversas, conocidas o no, que se servían con todo el cuidado y la parafernalia precisos, con la original denominación de “la Tetería”.

Un auténtico narguile marroquí presidía la barra principal, y las teteras, normalmente para dos personas, también habían sido adquiridas en Marruecos.

La inspiración islámica se reducía a estos excelentes tés, y a algunos adornos más, porque las recomendaciones del Corán respecto del alcohol no eran seguidas en absoluto, y los gustos musicales de los propietarios no se inclinaban hacia el exotismo.

Además de la barra habitual, por lo demás convencional, el local aprovechaba lo que fueron las diversas habitaciones de la casa, ambientadas con ornamentos y mobiliario norteafricano, para establecer apartados más o menos reservados que, cuando el local no estaba abarrotado, podían pasar por lugares tranquilos, íntimos, salvando la cuestión de la música, que era común a todas las salas y que, como resulta curiosamente habitual, solía tener un volumen excesivo. (Como el público en general demanda, parece ser).

La música también suministra intimidad, aunque obligue a elevar la voz cuando la conversación no se da con la suficiente cercanía física.

En un par de visitas con Eugène, también yo fui admitido como conocido si esporádicamente pasaba sólo por allí, lo que tenía la ventaja de poder preguntar si ella había estado, y cuándo, con una cierta seguridad. Y aguantar alguna broma, que nunca subía de tono.

Por eso no era raro que hubiéramos elegido “la Tetería” para cambiar impresiones.

La elección del rincón más lejano del salón más perdido sí era nueva.

Pero era su elección, y yo discutía poco. Sin embargo aproveché para tranquilizar mi conciencia al menos, en cuanto a mis inconfesables intenciones, haciendo dejación de mi escasa responsabilidad.

Con que encargamos bebida, y tras ser servidos, quise parecer interesado.

Yo exponía mis dudas sobre algunos de los cuentos -me inclino por este calificativo sobre su verdadera índole-, e informaciones que me habían sido narrados y/o escamoteadas por Eugène. Y de mi sensación de estar perdiendo el tiempo lastimosamente. (Sin considerar que uno de los mejores usos que se le puede dar al tiempo es éste de perderlo: Mi editor no aprobaría esta opinión, pero yo me podía permitir el lujo).

Sea como sea, por la cuestión del tiempo, y por otras circunstancias, yo estaba algo mosqueado, y lo hice notar.

-Es que tú eres muy inocente, Juan.

Me sentí un poco ofendido. ¡Yo!¡Inocente!¿Un “pringao”? Además, eso me sonaba...

-Sí -me puso el dedo en la frente- No frunzas el ceño.

-¡Lo que pasa es que tú eres muy lista! -estallé.

-Bueno, es cierto que tengo alguna información que tu no...

-¡Pues podías darme alguna explicación!

-Sí -volvió a afirmar. Había dejado de sonreír-. Va siendo preciso.

Esperé que continuara. Se había puesto seria, pensativa.

-No sé muy bien por donde empezar,... ni hasta donde llegar -dijo al fin.

-Podías empezar por explicarme la verdad sobre ti. No me creo nada de lo que me has dicho- dije tratando de parecer sarcástico, cínico, aquello que se me daba tan mal.

Ella empezó, mirada perdida: Como si hablara para otro.

-“Me llamo Eugène, por mi abuelo materno. Esto es verdad. Mi padre, Jaime, es español de nacimiento. Desertó del servicio militar y pasó a Francia, a Bordeaux,... Burdeos (oído bogdox, o algo así, la primera). Era huérfano, sólo dejó atrás algunos amigos del colegio”.

“Al principio, era imposible volver a España. Luego, cuando sus papeles estuvieron en regla, ya no quiso. Ahora lo evita, cuando puede, aunque mantiene buenas relaciones en Soria, y las imprescindibles en Madrid y Barcelona”.

“No ha renunciado a su nacionalidad, pero se siente francés porque es su patria adoptiva, que le ha tratado mejor que la natural”.

Pausa. Su voz sonaba algo monótona, como si recitara algo aprendido. Pero miraba pensativa al infinito y aparentaba sinceridad. Suspiró, como si algo le doliera, y continuó.

-“Mi madre lo conoció en París, mientras ella, provinciana, intentaba sobrevivir a la universidad, que finalmente no aguantó. Mi padre no pasó de los estudios primarios, pero nunca le ha faltado el sentido común. Resultó que ambos, Silvie y Jaime, vivían en Bordeaux,... Burdeos, lo que, dado el carácter de mi madre, fue una recomendación para ella. He querido mentirte en este punto. Ella no es como te he querido dar a entender. Y yo soy hija única, pero era un cuento que me apetecía probar”.

Puso su dedo sobre mis labios, para evitar una posible interrupción.

-“Mis abuelos tenían una pequeña bodega allí. Pequeña pero prestigiosa, rentable y bien cuidada. Mi abuelo me enseñó todo lo que sé sobre especies de uvas, vinos, bouquet”,...

-¡Ya me di cuenta! -comenté. Ella pareció no oír mi maldad, siguió...

-“Cuando mi padre se hizo cargo de la bodega, por la jubilación de mi abuelo, ya había contactado con sus amigos de Soria”.

“Ellos tenían más dinero que sentido comercial. Mi padre se ocupó de la importación de trufas provenientes de sus bosques”...

-Yo pensé que eso lo habías inventado para desconcertarme.

-No, en absoluto -se volvió un momento hacia mí, y luego volvió al infinito-. Papá no tenía dinero, al principio, para apoyar un negocio tan a largo plazo. Pero a sus amigos eso no les preocupó nunca; ni el dinero, ni los plazos. Se trataba únicamente de preservar vírgenes algunas hectáreas de encinares. Vírgenes no, en realidad, sino fecundadas por algunas circunstancias que se suponía que, al cabo de unos años, favorecería la aparición de aquellas trufas. Nunca se ha sabido con certeza por qué aparecen las trufas. Sólo que se buscan usando cerdos o perros amaestrados. Son mejores los perros, porque los cerdos se resisten a abandonar su presa cuando la localizan...

-Experta micóloga, también -quise bromear.

-“En realidad, he aprendido mucho. Más de lo que era consciente. Jaime, mi padre, me hablaba en español. Yo le contestaba en francés, al principio, pero pensaba en español. Mi padre siempre me trató como un futuro socio. Me contaba sus proyectos con sus amigos de Soria: importar trufas para toda Francia, toda Europa. Al crecer, acabé por creer que se trataba de un sueño común, un secreto compartido. Lo que veía era a Jaime y a Silvie trabajando para mi abuelo, sin problemas económicos graves, pero sin lujos de ninguna clase”.

“Me trataba como a un socio” -meditaba-. “Quiero decir que a menudo parecía preferir que yo hubiera sido su garçon, su chico. No es que no me quisiera como era, pero a veces se confundía,... ¡garçon!,... y yo no le corregía”.

“Pero me amaba, y siempre ha hecho todo lo posible por mí” -Miró al suelo, mordiéndose un instante los labios. Volvió a levantar la cabeza, y continuó.

-“Cuando me dijo que había escrito a sus amigos de Soria, me alegré, pues mi edad era suficiente para percibir la ilusión. Pero también para tomarlo con escepticismo, y estaba preparada para todo”.

“Al poco tiempo, su amigo se presentó en Burdeos, con su mujer, haciendo un "tour" con su Mercedes impresionante por los Chateaus del Loira”.

“Mi abuelo se quedó impresionado. Mi padre no se veía con Santiago desde el colegio, pero parecían entenderse muy bien”.

“Cerraron el trato en dos días, y Santiago y Pilar continuaron con su "tour"”.

“Mi abuelo, en el fondo, fiaba en la capacidad de mi padre, que había trabajado bien en la bodega, y le apoyó económicamente en los inicios, de lo cual no tuvo que arrepentirse; se fiaba de él y llegó a apreciarle”.

“Además Pierre, mi abuelo, me quería a mí. Le recordaba a su mujer, decía”...

-¿Hablas en pasado?.

-“Mi abuelo murió. Cuando me fui a La Sorbonne, a París, muchas cosas habían cambiado”.

“Mi padre se hizo cargo de la bodega y continuó con su negocio de trufas, trabajando más que nunca, pero podrido de dinero”.

“Silvie, mi madre, siempre me adoró, porque adoraba a mi padre, pero su espíritu distaba mucho del de él”.

“Además, las mujeres nos enamoramos de nuestro padre, dicen” -me miró de soslayo, sonriendo. Supuse que algo en mí le recordaba a Jaime-. “Ella lo adoraba, aunque pensaba que era un "viva la viggen", como ella pronunciaba sus escasos conocimientos de español”.

“Mi madre eso lo llevaba mal. Era bastante celosa, aunque no tuviera motivos”.

“A mi padre le interesaban más los negocios. Pero ella no entendía que tuviera que viajar tanto a París, si las viñas estaban en Burdeos”.

“Y ahora España”.

“Y tampoco quiso nunca acompañarle”.

“A París no había vuelto desde su corta estancia en la universidad”.

“Prefería suponer y sufrir con sus suposiciones, que nunca pudo ni quiso confirmar”.

“Fue un drama para ella cuando me fui a La Sorbonne, aunque no dejó de decirme, a última hora, cerrando las maletas y mirando a su Jaime, que a lo mejor era para bien”.

“Eso no le impidió llorar, como procedía. Yo no le prestaba ninguna atención”.

“Me adapté rápidamente a París” -noté que le brillaban los ojos ahora-. “Al menos a cierto París, La Sorbonne, algunos barrios, algunas lecturas, amigos y profesores”.

“Ciertos ambientes, entre bohemios y académicos”.

“Nos veíamos en cafés y bistros de mala muerte, como tapadera”.

“Teníamos la sensación de hermetismo, de secreto críptico, por eso buscábamos las criptas más malolientes, cuando no era posible la terraza de una esquina, por el clima, que era casi siempre”.

“Conocí a Ramon Llull, a Prisciliano, a Fulcanelli, a antiguos druidas, herejes y alquimistas que se ocultaban en la facultad, en forma de profesores, de compañeros, de libros. Algunos se hacían llamar así, eran así”.

“Algunos me influyeron muy profundamente; estaba absorbida por el ambiente, dejé de prestar atención a la familia. No me arrepiento, aunque siento que perdí algo importante”...

-Estas hablando de tus “amigos” –interrumpí su reflexión-.

- Sí, bueno –meditó- algunos. Otros los he conocido aquí.

-¿Tu catedrático?

-Sí. –me miró a los ojos-.Creo que te estoy contando algo que no te interesa.

-Al contrario... –empecé.

-No –Me puso su dedo índice izquierdo sobre los labios, como solía hacer- No entiendes. No quería contarte mi vida, sino situarte. No estoy en viaje de estudios, sino en misión. Sereira es algo más que un nombre. También significa algo: Que no pertenezco a un solo medio. De alguna manera soy anfibia. Esto a veces es una ventaja; otras un inconveniente.

-¿Para qué? –No entendía nada-.

-Espera –no había apartado su dedo, y volvió a presionar suavemente-. Te voy a contar todo lo que puedo. Todo a lo que estoy autorizada, de momento.

Me volvió a impedir hablar cuando fui a decir algo.

-Puedo darte explicaciones. Podría no dártelas. Me siento personalmente implicada contigo, no me preguntes por qué. Prefiero que sepas y me comprendas.

Me contó.

Su alias era Beatriz (¡otra!), la guía de Dante por el cielo. Esperaba, me dijo, no tener que acompañarme a otros lugares más inconvenientes, pero estaba preparada para esa eventualidad. Su misión era localizar la Puerta conmigo. ¿Por qué conmigo? Era una elección calculada en la que su voluntad contaba. Podía haber elegido a otra persona, podría intentarlo sola. Me confesó que yo no era su primera elección aunque, por el momento, no me podía decir cuál había sido anteriormente y por qué fracasó. Me confesó su miedo a estar equivocada, pero prefería confiar.

Lo que yo debía saber por el momento es que existía un grupo multinacional heredero por diferentes caminos de un mensaje ancestral que indicaba un camino. Lo llamaban la Puerta, en una simplificación convencional, y era un acceso al tiempo que, al ser traspasado, revela el pasado y el destino de la humanidad. Como de pasada, señaló que otros particulares estaban sobre la pista, que sus intenciones eran egoístas y sus métodos no conocían límites. Por eso eran peligrosos.

Que en Aranjuez se daban ciertas características, y aquí conducían ciertas pistas. Que por eso estaba ella aquí, y había inducido mi venida. Que le constaba que el enemigo la había seguido. Había visto su marca.

No creí nada en absoluto.

Es más, estaba evaluando qué tipo de enfermedad mental correspondía al presente cuadro clínico.

Me miró, como leyendo mis pensamientos, como siempre.

Me atrajo hasta el rincón donde se sentaba, me tomó las manos por las muñecas como punto de apoyo para elevarse de puntillas hasta mis labios, a la vez que colocaba mis manos sobre su cintura, de forma que no obstaculizaran el contacto entre nuestros cuerpos, que sentí tibio.

Rozó mis labios con los suyos, y luego se desplazó lentamente sobre mi mejilla hasta mi oído, y empezó a susurrar despacio, primero en francés, luego en un idioma que no entendí y que sonaba a veces musical y a veces áspero. Repetía algunas palabras o fórmulas como mantras, y mi voluntad, poco a poco, dejó de pertenecerme.

Entonces escuché su voz, un tanto diferente, distinta de la suya habitual.

Pero no a través de mi oído. Era como si llegara directamente a mis terminaciones neuronales, nítida, clara y distinta, sin volumen, sin interferencias.

Al principio no entendía el significado de sus palabras, no tenían significado, pero continuaban, sin repetirse, en una cadencia hipnótica, alternativamente placentera e instructiva, como sabio y afable discurso, cariñoso con mi ignorancia.

No sé cuanto tiempo estuvimos así. Mi sentido temporal se había alterado. Mi voluntad intelectual estaba anulada. No así mi cuerpo físico, que reaccionaba como varón a su cercanía, como complemento necesario a una sensación de placer cerebral.

De pronto, todo tuvo sentido. No es que empezara a entender una palabra aquí y otra allá, hasta alcanzar una coherencia, sino que de golpe todo tenía un sentido pleno y completo. Las palabras, o conceptos -no sé como explicarlo-, se explicaban a sí mismas por su propio sonido. Era como recuperar el nombre auténtico de las cosas. El redescubrimiento del nombre que Adán, por encargo de Dios, le dio a todas las cosas, a todos los animales, a todas las circunstancias. El concepto del que hablaba Aristóteles donde el símbolo y el objeto forman un todo inseparable.

De pronto, todo cesó, igual que empezó.

Me sobresalté. Miré a Eugène, que sonreía.

-¿Qué.. era... eso...? –pregunté lentamente, como si hubiera perdido la capacidad de hablar, y la recuperara despacio.

-No te preocupes ahora.

Fue a poner el dedo índice sobre mis labios, pero dudó, y optó por sellarme los labios con los suyos, húmedos.

Lo cierto es que, para mí, la separación fue físicamente dolorosa, lo que pareció divertirle.

Yo no le veía la gracia. En realidad, estaba confusamente cabreado.

Se invitó a mi apartamento, donde me prometió darme más detalles.

Me tomé, en cualquier caso, un tiempo, para rebajar mi excitación con alcohol. Para asumir, también, mi confusión.

(...)

Es sencillo de explicar, aunque la práctica requiere un poco de fe.

Se trata de utilizar energías que escapan a nuestro entendimiento.

El mecanismo supera nuestros conocimientos científicos actuales, aunque la evidencia empírica demuestra su realidad, y es posible.

Hemos aprendido a controlarlo.

En cuanto a su utilidad, en el fondo es simplemente una forma de comunicación más, no dependiente de la tecnología ni del lugar.

Es práctico, pero no va más allá, aunque resulta impresionante la primera vez, porque escapa claramente del mundo que nos hemos construido para vivir, y eso asusta, y molesta.

-¿Quieres decir que se trata de una técnica?¿Telepatía?

-En realidad, sí. Existe una propensión, que facilita el entrenamiento, pero, salvo mentes excesivamente cerradas o anuladas, cualquiera puede adquirir la habilidad suficiente.

-¿Mentes anuladas?¿De forma natural?

-Hasta donde admitas que lo natural es estar alienado. La sociedad en que nos movemos tiende a ello.

-Entonces no es tan sencillo –afirmé-.

-Sobre todo requiere voluntad, y un poco de fe, ya dije.

-¿Me puedes enseñar?

-Lo voy a hacer. Es parte de mi cometido.

-Resulta agradable. Podemos empezar cuando quieras –manifesté, dispuesto a repetir la experiencia en toda su extensión.

Ella se rió. Y me miro, pícara.

-Bueno. Tengo que advertirte que, en tu caso, he establecido por mi cuenta ciertas modificaciones en el procedimiento que, desde luego, no son imprescindibles, aunque sí aconsejables.

-¡Ah, ya!... –un poco defraudado.

-¿Te gustó el método?

-No te puedo engañar.

-Nada nos impide, pues, continuar con el mismo sistema.

Me abrazó sobre mis hombros, se acercó a mi mejilla, hasta mi oído, y empezó de nuevo.

-El contacto físico no es imprescindible. Primera lección –susurró- pero facilita la comunicación.

Y siguió en francés.

-Me... gusta... así... – pude balbucear.

(...)

(Esta conversación no es hablada, sino telepática. Lo que sigue es una especie de traducción).

-La telepatía es solo un medio de comunicación, conocido hace mucho tiempo, que empleamos por seguridad. No tiene mucho de misterioso. Únicamente se trata de aceptar o interpretar las ondas magnéticas que de forma intencionada intercambiamos.

Como la comunicación se da directamente de cerebro a cerebro, el lenguaje como intermediario es inútil. Los idiomas desaparecen porque se envían ideas, imágenes, sensaciones completas, sin intermedio de signos acústicos, visuales o convencionales.

Pero no sirve para leer el pensamiento, como pareces querer interpretar, porque se precisa una intención en la emisión y la recepción. Lo más que puedes captar en una persona no entrenada son interferencias, sensaciones difusas, inconcretas, que te pueden confundir con facilidad. Mejor no lo intentes.

-Pero si consigo el control necesario ¿Puedo intentar el contacto con cualquiera?

-Sí, pero no es recomendable si no conoces a la persona. Quizá es el momento de hablar de otras cuestiones. Existen personas interesadas en el uso de este mecanismo y otros más potentes, como te comenté, en forma egoísta. Esto significa que podrías contactar con uno de ellos y quedar al descubierto, y te podrían utilizar, engañar, causarte daño...

-¿Daño?¿Daño físico?

-Dependiendo de su poder, puede llegar a dañar tu cuerpo, tu mente, ambos.

-Eso suena peligroso.

-Lo es. Todo es peligroso. Yo soy peligrosa. ¿No sientes cansancio?

-A decir verdad, sí. Noto el esfuerzo.

-Es así. El desgaste que se produce es muy elevado. El riego sanguíneo se concentra en el cerebro, faltando, lógicamente, en otras zonas.

-¿Por eso estamos en la cama?

-Por eso, y por otras razones más personales. Si enmudeces ahora, notarás que recibes más ración de sangre en otros órganos no menos importantes que el cerebro, y el placer se incrementará a niveles... más elementales.

-Estoy deseando probar. Hasta pronto.

-Hasta pronto. ¡Así no vamos a terminar las prácticas nunca!...

Y nos abrazamos más fuertemente, desnudo contra desnudo.

Se me había pasado el enfado.

(...)

La marca es algo que ha de pasar desapercibido si no es buscado. Tiene que parecer casual. Por otro lado es preciso que ni el tiempo ni un accidente lo puedan borrar o trastocar, o la acción humana modificar. Esto en la práctica es imposible con sistemas convencionales.

Lo importante es, pues, la forma, la textura, la capacidad.

Es como las caras de Bélmez, que si las borras reaparecen, si las anulas cambian de lugar.

No indica un sitio geográfico, ni un tiempo concreto, sino una conjunción espacio-tiempo donde se den (todas) las circunstancias.

Aparece donde tiene que aparecer y cuando tiene que aparecer, como magia. Se puede invocar, pero eso sólo está al alcance de muy pocos. Se puede uno poner en su camino / corriente, y esperar que pase, como hacen los alquimistas, que repiten y repiten hasta que sucede.

La marca señala dónde, en un cierto momento, se encuentra la invocación de la Puerta. La marca y la invocación viajan a la par por el tiempo. ¿Puede o no puede estar en dos lugares a la vez, en dos momentos diferentes a la vez? Esta es una cuestión filosófica. Técnica.

La marca es siempre superficial, solar; la invocación es siempre subterránea, lunar.

Su viaje a través del tiempo y el espacio no está predeterminado, sino que su servo-mecánica se auto controla, es adaptativa y se corrige mediante feedbacks procedentes del exterior. Posee inteligencia artificial.

Su forma es constante, pero su contenido es variable.

Su aspecto externo es continuo, circula como energía en forma de masa definida, pero su contenido admite diferentes interpretaciones y formas. La forma ha de ser válida en cualquier instante del tiempo, por eso considera todas las posibilidades de evolución y las muestra (todas a la vez) al unísono.

La información puede ser inducida a una mente iluminada, porque en el cerebro existe pre-programado el mecanismo para su interpretación, comparten un tipo de inteligencia similar, con un origen común. La inducción se produce superando un umbral de circunstancias en presencia de la marca, que puede ser forzado por proximidad, o asumido naturalmente.

La mente receptora ha de ser pura, virgen en un sentido no físico.

¿La mente está predestinada a ello, o evoluciona hacia ello?

Es otro problema filosófico, sin solución, que plantean las religiones entre destino y libertad, fatalismo y libre albedrío.

Detrás de la invocación, está Dios.

(...)

Me sorprendió que Eugène considerara con seriedad mis desvaríos sobre el Zahir.

Yo me sentí obligado por sus confidencias, quise aportar algo que estuviera en su línea y recordé a Mila. La panadería. La corrala.

Tengo que confesar que encontraba divertida su estrambótica búsqueda, por lo que me sorprendió su seriedad y su exhaustivo interrogatorio.

Sin entrar en mis razones personales en torno a Mila, que ella no hizo ningún esfuerzo por hacer aflorar -lo que le agradecí-, pude intercalar mi sensación, en el terreno de lo anecdótico.

Me acompañó, esa misma mañana, a por el pan.

(...)

-Sí. Cuando encalamos la pared, de allá p’a cuando, la mancha vuelve a salir...

-¿Siempre ha estado ahí?

Pausa valorativa ¿O duda?

-Yo la recuerdo, de muy niña, mientras jugaba a lanzar la pelota contra la pared. A veces jugaba a darla...

Eugène y yo nos miramos, en señal de entendimiento, ante el tiempo, excesivo, que Mila, la panadera, había empleado en recuperar (inventar) ese recuerdo. Eugène, sin embargo, siguió preguntando como si nada hubiera sucedido...

-¿Qué hay detrás del muro?

El recuerdo era más reciente, o habíase completado la “carga”.

-La pajarería.

-¿Y tiene sótano?

-Debe haberlo, aunque yo no lo he visto. Hay sótano en todas las casas. En todos los bajos.

-¿Es eso una casa? -Eugène valoraba el escaso volumen permitido a la estancia.

-No exactamente. Digamos que es una dependencia comunitaria, obligada por la construcción irregular de la corrala. El pajarero la tiene alquilada, y el alquiler revierte a la comunidad. No tiene un propietario, sino que pertenece a la corrala.

-¿Se puede pasar?

-Podemos hablar con el pajarero. Lo conozco, y es buena gente. Yo he pasado muchas veces a escuchar a los canarios, los verderones, los jilgueros. Pero no aguanto el olor.

-¿Podemos hablar con él?

-¡Claro!¿Ahora, quieres decir? Tiene una tienda de animales dos manzanas más abajo. La habréis visto. Podéis decirle que vais de parte de Mila. Se llama Carlos.

-¿No nos puedes acompañar tú?

Dudó un momento. Le apetecía.

-Si esperáis media hora a que vuelva mi madre...

Nos miramos complacidos.

-¿A qué hora vuelve?

-Hacia las doce y media.

-A esa hora estamos aquí, y te invitamos a algo. Hasta ahora.

-Hasta luego...


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Juan Antonio Pizarro Martín ©