El día exacto lo
conocerás esa mañana.
Mientras recoges las amarillas
flores de la manzanilla, delicadamente,
como cada mañana, un instante después de que los
primeros rayos del sol
las despierten, y antes de que se evapore el rocío, que les
da valor.
Fíjate entonces en la
primera abeja que inicia su jornada, persíguela,
a través del camino que ya debes conocer de memoria, que
debes poder
realizar a ciegas, y observa su llegada a las matas de romero.
Observa cómo se
aproxima, cómo en círculos va seleccionando su
primer
objetivo alrededor de los leñosos tallos, sobre los
ramilletes de
flores.
Observa cómo en su
vuelo avanza y retrocede, dando siempre la cara al
cogollo de la planta, donde se acumulan la mayoría de sus
diminutas
flores; mira y comprende cómo el aéreo
círculo irregular se resuelve en
espiral.
Desde tu punto de vista, que ya
tendrás seleccionado, ve contando los
círculos de la espiral, cada vez que en su giro la abeja
madrugadora lo
marca con un brusco retroceso.
Justo en la séptima
vuelta, en la séptima pasada, en el séptimo
retroceso, empieza a contar las puntas de la estrella, porque la abeja
con su vuelo dibuja en el aire una estrella regular.
Cuenta rápido, y
asegúrate de que lo haces bien; es sólo una vez
en el
mes lunar que la abeja adelanta y retrocede doce veces, es decir forma
en el aire la estrella de doce puntas, por los doce signos.
No olvides recoger y atesorar
tus flores de manzanilla, pero apresúrate.
Esa misma mañana has
de ponerte en marcha para que por la noche, bajo
los débiles rayos cruzados de las apenas visibles puntas de
la luna
creciente, iniciar la mezcla de sólido y líquido
(y gaseoso, por los
gases que las puntas de la luna hacen llegar curvos a la
decocción).
Ten dispuesta la
leña, en abundancia, porque el fuego lento no puede cesar,
ni tener altibajos, ni excederse ni faltar.
Ten lista la galena,
argentífera galena hecha negro polvo en el
almirez; polvo fino, del que atraviesa un cedazo de lino fino.
Muele las higas de azabache, en
trozos visibles, quebradizos.
El agua de lluvia recogida en
mayo ha debido tener ya su justa ración
de luna; sobre el espejo que ha de formarse en la superficie del
recipiente vidriado, puedes, como prueba, contemplar tu rostro, ojeroso
por nictálope, de pupilas afiebradas…
Sonríete. El agua
turbia se decantó, y una fina capa de flexible agua
plateada por la luna, sobre el fondo de azogue, mostrara tu imagen,
cansada pero limpia.
Prepara el papel impermeable
para recoger esa fina capa. Y muy
lentamente, sin enturbiar el agua, retírala toda, toda la
fina lámina,
sin dejar nada, y guárdala en una redoma transparente de
cristal de
roca: Es tu imagen, que podrás recuperar en un futuro, libre
ya de
insomnio y de cansancio por la pesada carga de los días,
durmiente en
el fondo del cristal.
Después, cuando toda
tu imagen esté a buen recaudo, sin mover la
superficie, para que las impurezas decantadas permanezcan en el fondo,
con cuidado, permite que la parte más limpia y pura, la
superior,
penetre lentamente en tu pequeña pipeta; unas pocas gotas de
agua de
lluvia destilada, y bendecida por la luna, bastarán.
Pero no toques el agua, no
permitas que ese líquido puro y transparente
se pueda ver contaminado por tus propios efluvios, aún
imperfectos,
impuros.
Sabes lo que te costo depurar
hasta el límite esa pequeña pipeta que
habías guardado como oro en paño para esta
ocasión.
Cuando esté todo
listo, espera, descansa un poco, no está de más
un corto sueño, pues la noche será larga y
tediosa.
Prepárate y repite
para ti mismo:
Disuelve y coagula.
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