Sereira: Brigitte

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CAPITULO XXV

Solve et coagula

Cuando la luna vaya a entrar en cuarto creciente, prepara tu matraz, el alto.

El día exacto lo conocerás esa mañana.

Mientras recoges las amarillas flores de la manzanilla, delicadamente, como cada mañana, un instante después de que los primeros rayos del sol las despierten, y antes de que se evapore el rocío, que les da valor.

Fíjate entonces en la primera abeja que inicia su jornada, persíguela, a través del camino que ya debes conocer de memoria, que debes poder realizar a ciegas, y observa su llegada a las matas de romero.

Observa cómo se aproxima, cómo en círculos va seleccionando su primer objetivo alrededor de los leñosos tallos, sobre los ramilletes de flores.

Observa cómo en su vuelo avanza y retrocede, dando siempre la cara al cogollo de la planta, donde se acumulan la mayoría de sus diminutas flores; mira y comprende cómo el aéreo círculo irregular se resuelve en espiral.

Desde tu punto de vista, que ya tendrás seleccionado, ve contando los círculos de la espiral, cada vez que en su giro la abeja madrugadora lo marca con un brusco retroceso.

Justo en la séptima vuelta, en la séptima pasada, en el séptimo retroceso, empieza a contar las puntas de la estrella, porque la abeja con su vuelo dibuja en el aire una estrella regular.

Cuenta rápido, y asegúrate de que lo haces bien; es sólo una vez en el mes lunar que la abeja adelanta y retrocede doce veces, es decir forma en el aire la estrella de doce puntas, por los doce signos. 

No olvides recoger y atesorar tus flores de manzanilla, pero apresúrate.

Esa misma mañana has de ponerte en marcha para que por la noche, bajo los débiles rayos cruzados de las apenas visibles puntas de la luna creciente, iniciar la mezcla de sólido y líquido (y gaseoso, por los gases que las puntas de la luna hacen llegar curvos a la decocción).

Ten dispuesta la leña, en abundancia, porque el fuego lento no puede cesar, ni tener altibajos, ni excederse ni faltar.

Ten lista la galena, argentífera galena hecha negro polvo en el almirez; polvo fino, del que atraviesa un cedazo de lino fino.

Muele las higas de azabache, en trozos visibles, quebradizos.

El agua de lluvia recogida en mayo ha debido tener ya su justa ración de luna; sobre el espejo que ha de formarse en la superficie del recipiente vidriado, puedes, como prueba, contemplar tu rostro, ojeroso por nictálope, de pupilas afiebradas…

Sonríete. El agua turbia se decantó, y una fina capa de flexible agua plateada por la luna, sobre el fondo de azogue, mostrara tu imagen, cansada pero limpia.

Prepara el papel impermeable para recoger esa fina capa. Y muy lentamente, sin enturbiar el agua, retírala toda, toda la fina lámina, sin dejar nada, y guárdala en una redoma transparente de cristal de roca: Es tu imagen, que podrás recuperar en un futuro, libre ya de insomnio y de cansancio por la pesada carga de los días, durmiente en el fondo del cristal.

Después, cuando toda tu imagen esté a buen recaudo, sin mover la superficie, para que las impurezas decantadas permanezcan en el fondo, con cuidado, permite que la parte más limpia y pura, la superior, penetre lentamente en tu pequeña pipeta; unas pocas gotas de agua de lluvia destilada, y bendecida por la luna, bastarán.

Pero no toques el agua, no permitas que ese líquido puro y transparente se pueda ver contaminado por tus propios efluvios, aún imperfectos, impuros.

Sabes lo que te costo depurar hasta el límite esa pequeña pipeta que habías guardado como oro en paño para esta ocasión. 

Cuando esté todo listo, espera, descansa un poco, no está de más un corto sueño, pues la noche será larga y tediosa.

Prepárate y repite para ti mismo:

Disuelve y coagula.

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