Me agrada este lugar. Me agrada
su gente.
Me gusta tener que ponerme en
contacto con Juan. Me gusta Juan.
Es tan inocente…
Será como arcilla en
mis manos, si él lo desea.
Sospecho que no
podré acercarme a él sin lograr una
implicación emocional; pero me apetece hacerlo
así…
Me gusta como escribe,
cómo describe esas relaciones tan llenas de
romanticismo erótico: Creo que su imaginación ha
de ser desbordante.
¿Y qué si
no se cumplen mis expectativas?
Será lo mismo, pero
más aburrido, más mecánico.
Mi motivación se
vería muy rebajada.
Pero si resulta a la primera, si
se ve atraído por mi cebo, creo que
las cosas se desarrollarán a mi gusto, más
allá de la obligación moral…
Estoy deseando que conteste a
mi correo. Estoy segura de que lo hará.
(Qué
ridículo, insacular: Juan sí es un poco
ridículo, como tantas de
las historias que narra, ridículas y excitantes,
placenteras, tan
superficial y anodino.)
Sobre la marcha,
tendré que decidir mi modo de actuar.
Pero no puedo dejar de imaginar
como será nuestro primer encuentro.
Se molestará: Los
solteros vocacionales son muy celosos de su estado.
Se comportan como misóginos por la fe. ¡Pura
fachada!
Le haré una proposición que no podrá
rechazar…
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